“Acaso la realidad de mi propia historia no sea sino el más bello cuento de hadas que yo he pedido desde la infancia. “
1Ana Catalina Rubio Elosúa

Retrato en palabras

“...A mi padre Alfonso Rubio y Rubio”.

¡Qué Señor¡ ¡Habría que conocerlo¡
Real aunque se nos antoje lo contrario.
El ritmo de su voz pausada,
el tono suave y apropiado;
la utilización de las palabras
como un juego;
su capacidad de asociación
extraordinaria.

De carácter alegre, jovial y cariñoso;
un poco distraído por ser filósofo;
de sus cualidades,
la autenticidad y la humildad, las primeras;
los buenos libros, la música
y el arte, sus diarios compañeros;
su mirada serena, sus manos un lenguaje;
el paso seguro, firme, hacia adelante.
Su vida, el ejemplo a seguir,
los recuerdos de su niñez, una poesía.

Como hombre, intelectual,
culto, humanista,
como amigo, el más sincero;
como padre...

¡Qué Señor¡ ¡habría que conocerlo¡

Ana Catalina Rubio
2Alejandro Aviles

Homenaje de Monterrey a Morelia en la persona de Alfonso Rubio,...

Buena noticia para los lectores de poesía en Morelia: tendremos la ocasión de escuchar a Alfonso Rubio y Rubio, poeta y humanista moreliano, quien por haber permanecido en otras latitudes durante nueve lustros, es poco conocido entre nosotros. Por ello es grato ver que la asociación “Morelia, patrimonio de la humanidad”, lo ha invitado a leer su poesía, en la Casa de la Cultura, este jueves 24 de octubre a las 8 de la noche. Así podremos recibir los dones de su alta poesía.

Debemos dar las gracias al Museo de Monterrey por haber editado hace cinco años, su Antología Poética, como homenaje al escritor que tomamos también como un homenaje a Morelia. Dicho homenaje, escribe con modestia la directora del museo María Elena Rangel de Garza L. “no se compara en trascendencia con los que ha recibido Alfonso Rubio en el mundo, como la Encomienda de la Orden Civil de Alfonso X “El sabio”, por citar un ejemplo”.

Un Testimonio se intitula el bello comentario que hace el escritor Federico V. de La Chica, como introducción a la obra de Rubio. Y que tal homenaje es también a nuestra ciudad, lo muestra al escribir: “Vino con el ‘íntimo decoro’ de Morelia. De los verdeantes bosques y fértiles vastedades michoacanas. Aquella ciudad rosa, a la que ha cantado con enamorada y gozosa reverencia, le nutre y siempre le acompaña. El mismo dice: ‘en la provincia recoleta, a uno se le conoce desde que es una esperanza de existencia’. En ella, la escuela, la liturgia, los juegos y azoros infantiles… Es Morelia la que enmarca su deleitosa actualización cultural en voraz e inteligente ejercicio de lector, y su ámbito -de amigos, maestros, estudios, arte, paisajes, intereses- tiene que hacerle inevitablemente nacer a la poesía. En ella florecen sus primeros poemas bajo el signo de la rosa y al cobijo del color de la camelina, la catedral y la jacaranda”. Y añade que, desde un principio, “su poesía es madura”, y su quehacer poético “ha sido límpida voz de la cultura, rica resonancia de sus raíces nutricias”.

Yo pienso que esto es captación profunda de lo que son Alfonso, Morelia y su poesía. Así lo pude yo captar también desde que comencé a venir a esta ciudad y, en la acogedora morada de Alejandro Ruiz Villaloz, nos reuníamos a conversar y a leer poemas, con Porfirio Martínez Peñaloza y Miguel Castro Ruiz, coeditores de aquella espléndida revista que se llamó Viñetas de Literatura Michoacana. Ellos me presentaron con don Francisco Alday, el admirable guía y gran poeta, el que años después habría de escribir un soneto “Aún andar con el alma” dedicado precisamente a Alfonso Rubio, y en el que le dice:

“Vagueando los ojos por el cielo
A un andar con el alma el cuerpo tardo,
Me voy de paz con todo ser y ardo,
Alfonso, en lo mas puro de mi vuelo”.

Vida y magisterio
Federico V. de la Chica registra con acierto la ejemplar trayectoria del poeta que hoy está con nosotros. Recuerda sus estudios en la Escuela Libre de Derecho, ya en la capital de la República, y su brillante tesis profesional “La filosofía de los valores y el derecho”, con la cual obtuvo y desde entonces nos alegramos por ello- Suma Cum Laude, y es libro de texto en alguna universidades.

Habla don Federico de la vida y la obra de Alfonso en Monterrey, a donde llega, dice, “con auténtica decisión para enseñar, con el íntimo compromiso de ser profesor, primer paso de humildad en su luminosa y múltiple epifanía de maestro... De inmediato es invitado a dar conferencias de filosofía, que de suyo marcan su inicio de su Gran Conversación con Monterrey. Además de sus cátedras como parte de las obligaciones de profesor de tiempo completo del Departamento de Humanidades al cual, sin dejar sus lecciones, muy pronto habrá de dirigir, nombrado y solicitado en unánime consenso por sus colegas”.

Se refiere también a la revista Trivium, en la cual tuve el privilegio de colaborar, y fue, “en sus tres años de vida.., digna portavoz regiomontana”. “Funda también -nos dice- por entonces círculos de lectura abiertos a la ciudad; se une al rescate y decoro de otro de nuestros retos fundamentales, a través del Instituto Regiomontano de Cultura Hispánica”. Imprimió, además, mensualmente, Mensaje, “una joya tipográfica miniatura que es correo y vía de presencia hispánica. En las respectivas ocasiones, va como invitado a las festividades centenarias de la Universidad Nacional Autónoma de México y de la Universidad de Salamanca... es entusiasta colaborador y consejero fundador de otra noble institución regiomontana. Arte, A. C. Participa en la reestructuración docente del Instituto Tecnológico. Redacta el Estatuto Orgánico y los Principios (educativos) del mismo... Introduce la materia de Historia de la cultura en las carreras profesionales del Instituto: cada lección dada por el es otro canto poético actualizado al quehacer total del hombre... Funda y dirige dentro del Instituto la Escuela de Letras. Pasa luego a la dirección de la Escuela Preparatoria”.

Con un acierto semejante, cita la obra poética de Alfonso Rubio, que como todos sus trabajos, es “centro concreto de actos espirituales”. ‘Por ello su poesía, retomando la eficacia profunda de la palabra, es otra forma de invitación a que todo se transforme en brillo de cotidiana hermosura”.

ue hable la poesía
Hermosura: he aquí la palabra predilecta de San Juan de la Cruz, el gigante de la poesía mística en todos los idiomas. Hermosura, esplendor de la poesía, del ser y la verdad humanas. Ella está presente en la obra de Alfonso. Se hará patente cuando él la lea en el homenaje que hoy le tributamos. Antes, permítanme evocar algo de su poesía.

Luna de horas, escrito en Morelia, fue el primer poema que yo le conocí. Lo escribió en su primera juventud y fue, desde ese día, como se ha dicho una expresión madura. Muestra alegría y luminosidad en todas sus palabras, como signo de amor. He aquí su primen estancia:

“¿A qué cielo olvidado,
A qué ciudad de luz entre azucenas,
A qué imperio de estrellas,
A qué ronda de nubes sosegadas
Conduce mis sentidos,
Me arrastra tu delicia?
“Eres sólo un recuerdo, y me transportas
Al olvido perfecto
Sin conciencia de mí,
Como hechizado ante tu clara imagen
De la que ya no soy sino fragmento,
Una palabra sola
Que me lleva en su fuga a poseerte.
“Y voy en este cauce
Dispersando las sombras,
Rescatando las luces de mi nombre:
Escultura de música en tus labios.
“Porque yo llego a ser en este sueño
El sueño de tus vírgenes colinas,
Una sed perdurable de ternura
Encendida en tus ojos,
Inventando la forma de mi nombre”.

Desde entonces están brotando sus poemas, madurando en palabras cumplidas de promesas. Y cuando nacen de su dolor humano, puede él decir como el poeta nahua: “Mi corazón esta brotando flores en mitad de la noche”.

Porque su sufrimiento se traduce también en esplendor, pues va unido al amor que lo conduce. Nace así un libro clave: Línea en la llama, donde amorosamente se prodiga:

“Lo que digo es amor.
De amor se fía
Cada palabra que a tu ser ordeno:
Por amor la libero y encadeno
En amor te la entrego, tuya y mía”.

Y según lo que ama, así es el hombre. Lo dice con hondura en su poema Dime a quién amas:

“Se pone cada quien en lo que ama
Su amor es la verdad limpia,
Desnuda,
En pura piel como la misma llama...

“En el amor se vuelve transparente
La verdad interior, aunque se quiera,
Tapiar la casa y ocultar la fuente...

“Y porque en el amor nada recata
La verdad revelada en lo que quieres.
Es verdad te mide y te aquilata
Dime a quien amas, te diré quien eres”.

Entonces el poeta recuerda sus jardines, en los que cada flor es un heraldo del amor entrevisto y después realizado. Por hoy lo dejaremos en el entrevisto, para que cada quien lo sueñe a su manera:

“Antes de nuestro encuentro,
En la era de las fábulas blancas y los cuentos.
Cuando tú seriamente soñabas
Ser alumna de pájaros hermana del viento”.

En todo caso hay que leer su obra, escuchar sus palabras.
La Voz de Michoacán, Morelia Michoacán jueves 24 de octubre de 1991

3Alicia Salinas Elosúa

Lo que aprendimos de ti, tío Alfonso,...

A caminar por senderos desconocidos con seguridad y confianza.
A dar protección en momentos de necesidad.
A tener paz en el espíritu y amor en el corazón.
A coincidir con los amigos.
A ayudar en el crecimiento de los demás.
A ser alegre compañía.
A llevar siempre una fiesta en el corazón.
A aprender más y mejores cosas.
A ver en el trabajo un medio que nos ayude a desarrollar nuestra vocación.
A apreciar la creación y la naturaleza.
A afrontar las dificultades con entereza.
A vivir en la esperanza.
A buscar momentos de silencio a pesar del ruido de la vida.
A compartir la alegría de los hombres.
A llenarnos de sueños y anhelos.
A desarrollar el gusto por viajar, por conocer otros lugares y descubrir la gran belleza que el mundo nos ofrece.
A llenarnos de entusiasmo en nuestras empresas.
A vivir momentos de soledad para encontrarnos con nosotros mismos y con Dios.
A darnos cuenta de las muchas bendiciones que se derraman en nuestra vida.
A llevar a cabo todos nuestros proyectos.
A expandir nuestro horizonte.
A purificar nuestro corazón de sus flaquezas.
A cuidar las relaciones con el prójimo.
A experimentar la belleza y la abundancia en toda nuestra vida.
A tener paciencia para con las otras personas.
A hacer de Dios el centro de nuestra vida.
A cumplir con nuestra misión.
A que abramos nuestros ojos a la hermosura de esta tierra.
A que nuestro trabajo sea un verdadero servicio para el mundo.
A estar siempre llenos de amor y de atención hacia los demás.
A abrir los ojos a la luz de la Presencia de Dios.
A vivir en la ternura.
A encontrar refugio en las dificultades.
A ser agradecido.
A recibir consuelo en los momentos de dolor.
A tener siempre fe y esperanza en Dios.
A conservar el sentido de la alegría de vivir.
A tener un corazón siempre generoso y abierto hacia los que lo necesiten.
A desarrollarnos como personas.
A tener risa abundante que aligere nuestros caminos.
A recibir la gracia divina con los brazos abiertos.
A ser buena compañía.
A ser estímulo para nuestro crecimiento personal y comunitario.
A ser capaces de salir adelante.
A perdonar.
A no dejarnos llevar por lo material.
A profundizar en la vida del espíritu.
A llenar de alegría nuestras vidas.
A tener compasión, valor y sabiduría.
A tener presente en nuestra vida a la bondad.
A tener un corazón humilde.
A comenzar cada día con entusiasmo y alegría.
A sembrar paz, solidaridad y amor entre nuestros hermanos.
A configurar nuestras vidas diarias como verdaderos Hombres.
A ser un alivio en los dolores y las dificultades de los demás.
A buscar la armonía en el vivir.
A que nuestros pensamientos sean claros.
A no dejarnos caer en el estancamiento espiritual.
A irradiar el amor de Dios en los demás.
A tener fuerza y valentía.
A dejar entrar la luz a nuestro interior.
A estar siempre disponibles.
A llenarnos de sabiduría para saber tomar las decisiones correctas.
A tener la seguridad de que Dios nos lleva tomados de la mano.
A amar a los demás tal cual son.
A tener fortaleza para enfrentar las contrariedades.
A seguir siempre creciendo en la luz y en el amor de Dios.
A descubrir lo que verdaderamente es importante en la vida.
A reconocer que el amor es trascendido a través del tiempo.
A vivir más plenamente.
A ser sencillos de corazón.
A tener siempre nuestros brazos abiertos para acoger a los demás.
A descubrir que es imposible enseñar sin aprender algo.
A disfrutar de la alegría de la plena contribución a la creación.
A despertar la verdad en nuestros corazones.
A buscar la dicha, la paz y la armonía.
A fortalecer nuestros lazos familiares y de amistad.
A buscar el camino de lo sagrado.
A abrir nuestros corazones y nuestros ojos interiores.
A ser amables con las personas.
A tener fe en Dios y en la Virgen y en su gran amor.
A buscar una vida plena.
A mantener el corazón y la mente jóvenes.
A ser optimistas.
A tomar el compromiso de enseñar e iluminar a los demás.
A mantener la serenidad en las dificultades.
A tener sentido del humor.
A caminar por el sendero de la paz.
A purificar nuestro corazón.
A aprender a leer los signos.
A reconocer que no es posible una vida feliz sin los demás.
A querer siempre aprender cosas nuevas.
A buscar lo mejor en la gente y en las cosas.
A platicar de cosas interesantes.
A gozar de la poesía y del arte.
A mantener despierta nuestra curiosidad.
A estar atentos al espíritu que nos habla.
A dedicar tiempo a meditar y a reflexionar.
A buscar la serenidad del corazón.
A crear en nosotros un espíritu de comunión.
A descubrir que la felicidad no depende de cuánto tengamos, sino de cuánto lo disfrutemos.
A leer a los autores clásicos.
A atraer a todos los hombres a la alegría.
A dejar tiempo para nuestro crecimiento espiritual.
A escribir lo que nos salga del corazón.
A ser generosos.
A darle valor a los recuerdos.
A no perder nunca el entusiasmo por conocer gente nueva y ver nuevos lugares.
A que lo único que le debemos a la vida es convertirnos en lo mejor que podemos ser.
A reconocer que amar y ser amados es la mayor alegría del ser humano.
A profundizar en el significado de nuestra existencia.
A celebrar la vida.

4María Elena Ortiz

450 Aniversario de Morelia, Semblanza de Don Alfonso Rubio y Rubio

La historia del hombre
es como el mar.
Las olas van y vienen,
fluyen y refluyen.
Pasan.
Pero nada se pierde.
Todo queda en la memoria del mar.

Así empieza uno de los poemas del poeta moreliano a quién Morelia recibe hoy como se recibe a un hijo amantísimo al que se añora en lo más recóndito del alma. ¡Qué cierta es la expresión!... en nuestra historia nada se pierde... todo se atesora y guarda... que para ello es el corazón! Considero un honor y a la vez una inmensa alegría el poder, en esta noche, hablar de una persona a quién aparte de profesar admiración y respeto me une a él ardiente y especial cariño.

Mi tío Alfonso, pues es hermano de mi madre, es el personaje central de la etapa que cimenta la vida - la infancia, - en mi existir. Es la influencia decisiva que abrió horizontes y perspectivas de ensueño a mis ideales y metas, nunca cambiadas, aunque hubieran nacido en la niñez.

Todo esto no tendría importancia, excepto para mí, sino fuera el que por esta relación de gran admiración e influencia, soy, quizá la persona, que actualmente, más pudiera decir de lo desconocido, de las primeras etapas, del anecdotario de la niñez y adolescencia, del hacer y quehacer diario, del trato familiar entre los de su sangre, de lo escondido en el dobladillo de los días que fueron estructurando al hombre, que tan bien dibujara la palabra de Don Alejandro Avilés, como humanista, abogado, filósofo, catedrático, poeta, conferenciante, consultor internacional, Comendador de la Orden Civil de Don Alfonso X el Sabio y aún más, de mi tío Alfonso.

Mi saber viene de la avidez y curiosidad insaciable con que mis ojos infantiles y mi corazón de niña enamorada se adentraron en la persona del tío - príncipe, héroe, sabio, caballero andante, narrador prodigioso y ameno, contador de sueños y ensueños, señorial y cercano, joven y paciente - que eso y más fuera para mí en una convivencia llena de varonil ternura, en ese entonces, yo era su única sobrina y la personita de más pocos años en su entorno.

Hijo menor y único varón de una familia de tres hermanos, nació un 19 de marzo de 1919... por lo que lleva también en su bautizo el nombre de José, ya que en esa fecha la Iglesia celebra al custodio de la Sagrada Familia. Alfonsito... así le llamaban, fue la adoración de sus dos hermanas Ana María y Catalina. Fue un niño vivaz, inquieto y activísimo, a la vez que reflexivo y agudo.

La muerte de su padre le envolvió en un mundo femenino: la madre, la abuela y las dos hermanas... así que tuvo que perfilar para él una nueva manera de ser hombre, ya que no tuvo modelos a mano al no conocer a su padre y llenar en su familia la soledad del padre ausente a quien él representaba.

Nace y vive en Morelia - es muy nuestro - . Y claro lo que sus ojos infantiles beben en esa casa moreliana de cuartos que asoman a un corredor, de un patio que se adorna de macetas con azaleas multicolores, de helechos y de begonias, de sencillas malvas y geranios y, no podía faltar la encendida camelina y la tupida madreselva que con, el jazmín - doble - se disputaban el aromar suavísimo la casa.

El oído se inunda del trinar de los pájaros cautivos en las jaulas colgadas en el corredor - ¿Será que le gusta la jaula y que por eso cantan? - “No”, contesta la abuelita de riguroso negro, al cambiar el alpiste y poner el madroño y la lechuguilla a cada avecita, “ellos cantan porque Dios los hizo para cantar”.

Comentario de Alfonsito. Si ahí me encerraran, yo no canto. Detestaba la pérdida de la libertad, y, sin embargo, a su inquietud y travesura, era el mejor castigo. La casa, buena casa moreliana, también tenía su segundo patio y allí un cuarto sin ventanas... el clásico cuarto oscuro - como mandado hacer para los niños guerrosos - y allí iba con frecuencia Alfonsito. Bien encerrado - por fuera - en ese tenebroso lugar. ¡castigo espantable! Dos, tres veces protestó, después eran las hermanitas las que lloraban y suplicaban por él. No daba resultado. La mamá, inflexible, le encerraba... y ante el asombro de las niñas Alfonso no protestaba... heroico, serio, firme y hasta tranquilo se dejaba encerrar... ¡valerosísimo!... las hermanas sentían crecer su admiración por él... Pero un día, ... ¡todos los misterios se aclaran y descubren!... se escombra aquel cuarto olvidado, sin luz y sin sol... y se encuentra la clave del misterio.., una buena vela, unos magníficos cerillos y un buenísimo altero de Cuentos... ¿Qué importaba la oscuridad con tan buena luz proporcionada por la vela?... y ... ¿Cuál soledad y miedo?... si le acompañaba Grimm, Perrault, Andersen, Wilde, Sherezada y sus múltiples hadas, genios, duendecillos, princesas y príncipes en singulares hazañas?... Alfonso niño no cambio el castigo, pero encontró la forma de hacerlo ¡tan llevadero!...... Quizá desde entonces aprendió a combinar la realidad más sombría con la imaginación más deslumbrante... a pesar del dolor, que no estuvo ausente, ni en su infancia, a decir en uno de sus pórticos poéticos:

“Acaso la realidad de mi propia historia
no sea sino el más bello cuento de Hadas
que yo he pedido desde la infancia”.

¡Claro que sí... la propia vida se vuelve un cuento de Hadas - el más bello, - si le acompaña la percepción de la belleza más grande y profunda: el gozo de lo humano... la plenitud del ser persona.

Jugaba con las hermanas, a que en su triciclo, él traía tesoros fantásticos desde lejanas tierras. Y un día era un mago de oriente, otro día, era un mercader de las Mil y una Noche, otro, era un príncipe vencedor de mil combates y así, desfilaban en el juego - buenos eran esos tiempos en que los niños jugaban - hazañas, heroísmos, actos de bondad y valor y luego, el clásico chocolate con la abuelita en la merienda, los bizcochos de huevo en probaditas de sopas mojadas en la espuma de la bebida iridiscente al ser batida.

Y las primeras letras llaman a su puerta, y con ello, el pronto reconocimiento, de quienes le rodean, de su clara inteligencia y su innegable talento. Sorprende su facilidad para el estudio, su prodigiosa claridad mental y la gran agilidad de su memoria. Llama poderosamente la atención el hombre intelectual que jamás le abandonará y que inculcará en muchos a lo largo de su vida humanística profesional.

Estudios... ¡una gran inclinación por las Humanidades! deporte, ¡un gran gusto por el fútbol! Amigos, incansable conversador. Y aún niño, nuevamente la muerte entrecruza su existencia: primero, la dulce abuelita y después la infatigable madre... Ana María, la hermana mayor, hará ahora las veces de tan irreparable pérdida.

¡Afortunado! conoce la maternidad en las tres etapas preciosas de la mujer: la maternidad señera, en la dulce abuela: la maternidad de madura entereza, en la madre adulta y en Ana María la maternidad de adolescencia en flor: Ingresa en el Seminario y apunta para una brillante carrera eclesiástica... allí, en pleno desarrollo, encuentra su cuerpo y alma adolescentes, al dejar atrás la niñez... Sorprende a las hermanas, al volver del levítico Erongarícuaro de unas vacaciones del seminario, crecidísimo, pantalón de brinca charcos - estatura recién estrenada - la voz ya, nueva, de timbre varonil y, con una ensarta de ollas del barro policroma, de Quiroga, al cuello, como regalo para ellas.

Son los días de la decisión vocacional - que, si bien, no fue el sacerdocio, sí dejan honda. Es el encuentro personal con Cristo, es acercarse al misterio del Dios que se hace hombre y vivir el hombre -ya no el niño - que se acerca a Dios.. es la sed de Infinito.. es el hambre de lo eterno., es el decir en entrañables versos:

Verte Señor, pero con otros ojos.
Palparte con un tacto que te ahonde,
Hallar tras la tiniebla que te esconde
la luz en que se abismen mis antojos

Crisis de Fe, tal vez, crisis de la edad juvenil, de ¡tantas cosas! pero sale del ambiente que intentara sofocarle con una fe acrisolada como dirá él mismo.

Ciego, pero sabiéndome tenerte
arrebatado por la Epifanía,
como con otros ojos para verte

Muy al estilo de San Juan de la Cruz, muy de salida de la noche oscura del alma, fortificado en la gracia y muy ubicado en la humanidad. Quién así habla sabe de amores y de amores con sabor de eternidad. Sale del Seminario, y encuentra a Morelia en ese delicioso vagar bebiendo la belleza, la ciudad le seduce, cada jardín y cada fuente, cada cantera y cada camelina, vestida de tenue claridad en la mañana o refulgente en el sol del mediodía... arrebolada en sus magníficos crepúsculos o adormecida bajo el tenue titilar de las estrellas. Encuentra en la ciudad lo humano y le fascina, empieza su Carrera de Derecho y el ausentarse de Morelia para estudiarla acrecienta la raíz que le une a ella, a los entrañables amigos, a las peñas literarias, a las charlas en el Panal, alrededor de la taza de café... los portales, las tías y los primos, Teno el primo sacerdote, que años más tarde le casará en Monterrey... El P. Alday, el P. Ponce, Alejandro Avilés, Porfirio Martínez Peñaloza y tantos más.

Del derecho le atrajo el campo de la filosofía que en los valores vividos harán posible la justicia. Sólo la entiende en el Humanismo puesto al servicio de la Vida, lo que le coloca en la línea de Moro y de Vasco de Quiroga. Se recibe en la Escuela Libre de Derecho y su Tesis es laureada y publicada por la Editorial Jus. Se intitula “La Filosofía de Los Valores y el Derecho”. En esta etapa es donde yo le recuerdo.... el despertarle en las mañanas, para que todavía sentado en cama me contara un cuento. El decirle mis sueños... y el me dijera el suyo de la noche anterior que siempre era maravilloso verle desayunar en un casi ritual con el café.

Conocer a sus amigos y oírles leer versos.. Ir a una obra de Teatro en que él participaba y salir de mi duda, de cómo se vería con los tres tipos de ropa que llevó en su veliz al Teatro Ocampo. Y que yo pensaba usaría a la vez, esperar las llamadas en aquel Teatro Ocampo con un telón donde se veían las Musas en un jardín y cielo espléndidos, en aquél Teatro Ocampo cuyo techo tenía los signos del Zodíaco y tenía plateas y palcos en su recinto.

El Teatro, ¡Su gran afición! La obra que yo recuerdo era “La Casa de la Troya” de Alejandro Pérez Lugín. Salí de la duda en ese entonces, salió en cada escena con diferente tipo de ropa, pero no con todo a la vez. El Teatro... su mejor medicina, a partir de este hecho: Llegó un día a la casa, contraria su costumbre, pues era la hora de la amena tertulia, malísimo, muy enfermo, derecho a la cama, las hermanas angustiadas le oían el corazón como quién estruja una hoja de papel ¿Se moriría Alfonso? Cata la hermana menor nerviosísima estalla en llanto. Se llama al médico y viene. Ausculta seria y gravemente y da su diagnóstico: “Alfonso, no tiene usted nada, levántese y haga su vida normal”. Conclusión: mi tío Alfonso se levantó y se fue al Teatro, y mi tía Cata cayó enferma en cama por el gran susto.

Ya se ha recibido. Morelia le ofrece uno de los mejores bufetes a través de un magnífico abogado, las hermanas le esperan con ilusión, yo sueño mi tío en casa pero recuerdo con claridad y con angustia cómo escuche la primera vez la palabra Monterrey cuando mi tío Alfonso platicó a sus hermanas la posibilidad de ir al nuevo centro de Estudios - el Tecnológico - en esa ciudad que yo sentía tan lejana y tan extraña. Si yo lo sentí ¿cómo no lo sentirían sus hermanas que vieron caer las ilusiones de tenerlo cerca? - ¡Oh, tan bienamado tío Alfonso! -, pero la decisión era suya y su indiscutible vocación al hombre le llevó a la juventud del Tecnológico de Monterrey.

Se abrieron las heridas de la ausencia. Nos costó mucho compartirlo con la lejana ciudad, y yo pudiera haber escrito junto a él las expresiones de “decir adiós, amigos...” porque fueron vivencias compartidas. Monterrey le recibió con las alas tendidas hacia el más alto vuelo del espíritu, con los ojos brillantes de los más puros entusiasmos y con la madura juventud acrisolada en su vida. Mucho dio a Monterrey mi tío Alfonso - ¡se dio todo! - pero también mucho recibió.

Un grupo de muchachas regiomontanas tiene inquietudes por la Filosofía, se sabe del nuevo profesor del Tecnológico y se organiza unas charlas, unas conferencias sobre la temática y entre ellas Esperanza Beatriz. ¡Bello nombre para una mujer! Revuelo femenino antes de conocer al profesor de quién tan bien se habla. ¿Cómo será? ¿Caminará encorvado? ¿Andará por los cincuenta y tantos años? ¿usará gruesos anteojos y tendrá un aire divagado como buen filósofo? ¿Traerá bastón y de verdad no será aburrido doctoralmente? ¡Gran estupor!....cuando se dan cuenta que el maestro es tan joven y tan filósofo. Esperanza será la esposa de Alfonso formarán un hogar, y detalle delicado, el viaje de bodas será a Morelia, la ciudad nunca olvidada, la raíz y el reencuentro, la madre y la maestra del lenguaje de músicas y viento, de la palabra de poetas pájaros y canteras rosadas porque:

El amor es una primavera
que desborda las tapias y florece
lo mismo hacia dentro que hacia afuera.

Muchas Gracias.

Texto realizado por la Maestra María Elena Ortiz Rubio de Roa, en el homenaje que le fue rendido a Don Alfonso Rubio y Rubio, durante la celebración de los 450 años de la fundación de Morelia, en 1991.

5Salvador de la Cruz

Alfonso Rubio, un poeta de gran decoro y dignidad

El cultivo de la poesía no es muy frecuente, ni muy compensado, en una ciudad que, como Monterrey, se ha distinguido por su espíritu práctico y ha hecho gala de que sus hombres se ocupan, ante todo, en obtener toda esa gama de satisfacciones que constituye actualmente la vida moderna.

Por ello es más digno de tomarse en cuenta todo esfuerzo —y todo logro— de actividad intelectual y, más que otra cosa, de actividad artística y literaria en aquella hacendosa urbe donde parece que el paisaje mismo, más que sobrio yermo y erizado de pétreas montañas, es un obstáculo más que hay que vencer para dar pábulo a la expresión de los más puros y más íntimos sentimientos y experiencias humanas, que no otra cosa es la poesía.

Un libro que abre un paréntesis de delectación espiritual en aquel tráfago citadino es Línea en la llama, antología leída de Alfonso Rubio que bajo el hermoso rubro de “Poesía en el Mundo” acaba de publicar la Asociación de Estudiantes de Arquitectura del Tecnológico de Monterrey. Alfonso Rubio, moreliano de origen, es un espíritu de muy definida estirpe intelectual, que ha explorado con un privilegiado talento todos los campos del saber, dando patentes muestras de su preferencia por las letras, y en particular por la poesía.

La poesía es un reflejo vivo de las experiencias, de los recuerdos y de las emociones del poeta y por ello, aparte de su calidad intrínseca de expresión estética, es como una aguja muy sensible que registra, con el mismo lenguaje poético utilizado por el poeta para dar forma a su inspiración, el proceso de su formación intelectual, las características de su alma, su concepto del mundo, su conducta moral ante la vida, y desde luego, los estímulos, preferencias y gustos que han permeado su sensibilidad en el curso de su carrera literaria.

Por lo que respecta a la poesía de Alfonso Rubio, contemplada desde esta Línea en la llama, revela con meridiana claridad un decoro y una dignidad, así en su factura como en sus temas, que pocas veces es dable encontrar en la poesía que se escribe en nuestros días. Tal virtud procede de su misma naturaleza, puesto que ha sido escrita con lo que nuestros clásicos llamaban ‘entendimiento de hermosura”, que no es sino amorosa contemplación de la belleza del mundo y sus creaturas, no desde el ángulo grosero de los sentidos, sino “sub specie oeternitatis”.

Las cosas que nos circundan y entre ellas los seres objeto de nuestro amor junto con los temas más trascendentales al hombre, constituyen el universo poético de Alfonso Rubio en el cual el lenguaje mismo se acendra con una expresividad tierna y delicada que no por ello deja de ser viril ni de conservar una entonación apropiada a los estímulos de sus cánticos. La madurez intelectual del poeta, el dejo aristocrático de sus preferencias literarias y la elegante discreción con que discurre por los temas de su inspiración, confieren a su poesía una forma neta y definida, en la cual la sencillez se aúna con la profundidad, las imágenes no se desbordan más allá de la emoción que les dio origen y el don de comunicación —inherente a toda poesía verdadera— actúa con suave eficacia embargando al lector del mismo estado de ánimo que al poeta.

Este libro es también un contundente testimonio de que en México la buena poesía no está circunscrita a las capillas literarias ni sometida al exclusivismo editorial de quienes juzgan que, para que un poeta sea de valer, es necesario que comporta la suerte de los agraciados por becas y recomendaciones académicas.

La Asociación de Estudiantes de Arquitectura del Tecnológico de Monterrey, al iniciar su colección “Poesía en el Mundo” con este libro de Alfonso Rubio Línea en la llama, ha dado el mejor paso en firme que podía dar para contribuir, con una gran alteza de miras, a la difusión de aquella auténtica poesía mexicana escrita por quienes, como Alfonso Rubio, saben elevar su cántico por encima de la vulgaridad que nos rodea.

Reforma Universitaria, 28 de febrero, 1958, México, D. F. Nota crítica

6Manuel Gómez Morín

Muy querido y buen amigo

El Tecnológico ha contratado al Lic. Alfonso Rubio y Rubio, de Morelia como profesor. Es un joven extraordinariamente fino, de excelente cultura tanto en Derecho como en Filosofía, como en Literatura. Poeta muy delicado y lleno de inspiración, escritor excelente, orador profundo y elegante. Me parece que para el trabajo de letras —y de otras muchas cosas— es de las mejores adquisiciones que podría hacer el Instituto. Ha trabajado ardientemente en el Comité de Morelia y estoy seguro de que, si ustedes lo llaman al Comité en ésa, les será extraordinariamente útil. Se lo recomiendo muy especialmente porque va a Monterrey un poco temeroso del ambiente y temeroso, también, de no encontrar calor de amistad. En todo lo que de él conozco, es especialmente distinguido y estoy seguro de que si usted lo trata de cerca, lo estimará grandemente. Espero poder estar en ésa el próximo día 6, D. M. Tendremos ocasión de platicar más ampliamente de todos estos asuntos.

Con muy cariñosos saludos y los mejores deseos para usted y los suyos, quedo su amigo sincero q. e. s. m.
DEL CENTRO CULTURAL MANUEL GOMEZ MORIN
ARCHIVO MANUEL
GÓMEZ MORÍN

7Bernardo Lemus

Alfonso Rubio y Rubio

Nadie como Alfonso amaba Morelia, su ciudad, de donde tuvo que ausentarse al ser llamado a colaborar en el Tecnológico de Monterrey, Nuevo León. Ahí fue muy apreciado por sus estudiantes, por la sociedad regiomontana, por todos los que conocieron como un hombre que amaba las letras, la vida, la familia, el arte de ser todo un hombre de gran calidad espiritual y humana.

Acaba de morir y con él toda una generación, por que Alfonso dejó huella como maestro, como amigo, como persona interesada en promover todos los valores humanos. Aunque lo traté poco, la huella de su verdad de hombre cabal dejó en mi vida un grato recuerdo del caminante fiel a sus principios y convicciones. Formó una familia llena de alegría, que sabe ver hacia lo profundo y valorar lo que significó su vida: un abrir caminos, nuevos horizontes para asomarse al mundo del arte, para quedarse con el legado de quienes nos han dejado la herencia de lo espiritual y el encanto de admirar y vivir la belleza.

En dos ocasiones nos encontramos en el Museo del Prado, en Madrid. Sabía admirar, comentar la pintura, sentirla y descifrar los colores y el encanto de los personajes y del paisaje que llevaba en el alma como el mejor tesoro de la vida, además del tesoro inapreciable de su esposa y de sus hijos. Vivió de la esperanza de andar nuevos caminos Y en torno suyo creció mucha gente en quien sembró el encanto de vivir, el amor a las letras, al arte, a las esencias.

Yo definiría a este gran amigo, Alfonso, como el abanderado de los valores espirituales que no podía ocultar.

Se eternizaba mirando una pintura de los grandes autores del Renacimiento. Era amigo de los artistas que plasman el arte en el mármol o en la piedra o en las telas y mojan los pinceles en el corazón para dejarlo palpitante en esa maravilla que se llama Miguel Ángel o El Greco o el Tiziano o Rivera o cualquier pintor que ha sabido hacernos estremecer con el regalo de sus pinceles.

Alfonso no era pintor, pero sí poeta, pero poeta de la vida. Escribía con la nitidez de quien dice las cosas con la espontánea floración de la palabra, porque además sabía acentuar cada palabra para entregarla en su contenido, con la gracia de quien ama el contenido, el símbolo del lenguaje.

Hombre de esencias. Anduvo Quijote y filósofo por caminos que trazó con su huella, porque pisaba la tierra sin maltratarla.

Aquellos diálogos con Manuel Ponce, con Miguel Castro Ruiz, con Jorge Eugenio Ortiz, con Héctor Sistos, amigos que amó y apreció en todo lo que valen por su anhelo de andar el mismo camino hacia metas llenas de esplendor de la verdad. Fino en su hablar, en su ser, en su manera de mirar y de sonreír, como quien no se siente merecedor de nada y en actitud de recibir lo mejor de sus amigos. Serio y formal. Vivió entre libros pero sin olvidarse de que el mejor de sus libros era su familia donde dejó escritas unas páginas encantadoras en cada uno de sus hijos. Ese es el libro más bello y es la herencia más preciada y es la expresión de sus más altos anhelos: transmitir los valores que llevaba en el alma, como el más preciado regalo que Dios les hizo.

El día de su muerte repiquetearon los teléfonos para anunciar a sus amigos que no había que llorar la muerte de un viajero fiel que anduvo el camino de la vida con gozo y entusiasmo ejemplares. Aunque se ausentó de Morelia, seguía con el corazón sembrado en esta tierra. Quería volver a ella para llenarse de su luz, para apacentar el rebaño amoroso de sus arcos, recorrer sus calles y sus jardines y quedarse mirando hacia un ciclo azul donde sus ojos de niño se bañaron de esperanza. Por algo su esposa se llamó Esperanza y lo comprendió con esa generosidad regiomontana de la sierra del norte. Un hombre que se adaptaba a todo y que medía con su palabra la eternidad del tiempo. Vivió su época con plenitud buscando la belleza del ser hasta que se encontrara con la belleza increada.

Presumía de una sola cosa, de saber vivir buscando inteligentemente el camino mejor para bañarse cada amanecer de luz, de gozo, de saberse útil ofreciendo sus conocimientos a quien se acercaba a él para un encuentro con el arte y con la vida.

No es fácil desprenderse de un amigo y menos de un gran amigo, que dejó una honda huella en los que lo conocimos como una ventana abierta para asomarse a las esencias de todo lo que vale. Su herencia es su ejemplo. Su historia una casa llena de paz y de cariño. Su tesoro el amor a la vida y sus huellas un poema escrito con estas palabras del poeta: “No moriré del todo… vivo y seguiré viviendo en quienes son la más elocuente expresión de mis cariños, mis hijos. Para ellos y mis amigos, mi agradecimiento por ser lo que son”.

Publicado en LA VOZ DE MICHOACÁN. 18 Sección A, jueves 6 de noviembre de 2000.

8Alicia Elosúa

Semblanza del licenciado Alfonso Rubio y Rubio

Hay varias maneras de acercarse a una persona, que ya no se encuentra entre nosotros, para conocerla mejor: por el testimonio de quienes convivieron con ella y a través de su obra.

Voy a tratar, aunque sea brevemente, de ambos aspectos en la vida y obra de mi cuñado Alfonso.

Todos conocemos o hemos oído hablar de su vida: huérfano de padre y madre desde muy temprana edad, apoyado por sus dos hermanas mayores, dejó su natal Morelia para cursar su carrera y recibirse con honores como abogado, en la Escuela Libre de Derecho en la ciudad de México. Su tesis, LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES Y EL DERECHO, recibió los elogios del destacado jurista Rafael Preciado Hernández, que en una carta dirigida al Secretario de la Escuela, dice entre otras cosas lo siguiente: “Su ensayo es interesante, profundo y ameno... una erudita exposición de la moderna teoría de los valores que relaciona inteligentemente con principios de moral afirmados por San Agustín y Santo Tomás… llega a la conclusión, que él sostiene como una convicción personal, de que lo jurídico sólo tiene sentido pleno cuando se le considera como un sector, ciertamente importante, de lo moral.”

Esa misma tesis acerca al joven abogado con Don Manuel Gómez Morín, quién se convirtió desde entonces en su consejero y amigo. Incluso fue padrino de su boda. Como fundador del partido Acción Nacional, lo invitó a participar en algunas de sus asambleas. Uno de sus discursos, pronunciado en la ciudad de México, fue la ocasión para que mi padre, fundador y consejero del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, lo conociera y lo propusiera como maestro de dicha Institución. Nunca se imaginó Don Bernardo, que aquel joven talentoso y prometedor, con los años llegaría a formar parte de su familia al casarse con mi hermana Esperanza.

La formación que recibió Alfonso, primero en Morelia y después en la Escuela Libre de Derecho, no sólo le proporcionó métodos de trabajo intelectual, capacidad de reflexión y análisis crítico, sino que lo impulsó al campo de la cultura general, en particular a la filosofía, la historia, la literatura y el arte, disciplinas que siempre consideró fundamentales. Su enorme biblioteca y su estupenda colección de obras, tanto del arte prehispánico, como del colonial e incluso algunas piezas contemporáneas, son el mejor testimonio de una vida dedicada a descubrir, a conocer y a gozar de todos esos tesoros maravillosos, producto de la creatividad y el esfuerzo humano.

Podemos considerar a Alfonso como un verdadero sabio, pues no sólo acumuló toda esa riqueza material e intelectual, sino que nunca la guardó para sí, pues siempre estuvo dispuesto a compartirla con los demás. Inició sus cuarenta años de servicio al Tecnológico, como profesor de tiempo completo, ocupando las cátedras de Historia de la Cultura, Historia de la Educación e Historia del Arte. Después, en 1948, pasó a desempeñar los cargos de Jefe del Departamento de Humanidades, director de la Escuela de Letras en 1958, y en 1970, con la humildad que lo caracterizaba, aceptó el puesto administrativo de Director de la Escuela Preparatoria que según reglas no escritas en nuestra universidades, lo colocaba en un nivel superior, pero lo alejaba de la que era verdaderamente su vocación: la docencia.

Pues antes que nada, Alfonso fue un gran maestro. Disfrutaba mostrar a los jóvenes, y a otros no tan jóvenes, en conferencias o en clases particulares, la riqueza que encierra la cultura universal, para que aprendieran a gozar de esa maravillosa herencia que los siglos nos han hecho llegar. Una cultura que nos estimula a ser mejores personas, pues nos permite elevarnos por encima de las preocupaciones cotidianas y darle un sentido humano a la ciencia y a la tecnología que inexorablemente ocupan, cada vez con mayor fuerza, nuestro espacio vital.

En un poema que escribió como mensaje de aniversario del Tecnológico nos dice:

Esta es nuestra filosofía de la educación:
Miremos al hombre inventado por el hombre
Porque no basta la pura sed y el solo impulso.
Es preciso construir a su depositario.
Hacerlo escala y vía. Libertad creadora. Jardinero del mundo.
Operario del espíritu. Obrero de Dios.

Y en otro verso reafirma su idea sobre la identidad del hombre:
Como el viejo rey Midas que en oro convertía
lo que tocaban sus manos,
así es el hombre: espíritu
que transfigura de espíritu las cosas
y llenas de su espíritu las retorna a su fuente.

En esta luz distinta,
cobran relieve justo todas nuestras tareas;
la técnica, el trabajo, la ciencia, la política;
y el arte y la cultura y la vida y la muerte.
Porque el mundo sigue siendo el Jardín de la Biblia,
porque el hombre sigue siendo el mismo jardinero.
Porque Dios sigue siendo.

Desde 1971 y hasta su jubilación del Tecnológico, el 10 de junio de 1985, ocupó el cargo de Vicerrector Académico en el área de enseñanza Media Superior. Durante esas diversas gestiones fue fundador y director de las revistas de Humanidades “Trivium”, “Cuadernos de Humanidades” y “Cuadernos de Investigación Humanística”. A iniciativa suya se fundó la Escuela de Letras y se establecieron cursos de Humanidades con carácter obligatorio, en las carreras profesionales; diseñó el modelo nacional de la Escuela Preparatoria Abierta y fue el director general del plan piloto de la misma en el ITESM; en el propio Instituto diseñó el modelo de las Escuelas Preparatorias de Ciencia y Tecnología; colaboró en la elaboración de los Principios del ITESM como miembro del comité respectivo y presidió en 1970 el comité que elaboró el primer Estatuto Orgánico de la misma Institución. Por esa larga y fructífera trayectoria, su nombre y su preclaro ejercicio de maestro, son ya inseparables del Instituto.

Pero su actividad docente no se limitó al Tecnológico sino que fue profesor huésped y conferenciante en diversas universidades, centros culturales y clubes de servicio, tanto en ciudades de nuestro país como en España y en los Estados Unidos. Igualmente, impartió cursos de Filosofía y de Historia de la Cultura a varias generaciones de regiomontanos y regiomontanas, con quienes conservó siempre una verdadera amistad.

Nuestra ciudad se vio especialmente beneficiada con su actividad cultural, ya que fue miembro fundador de Arte A.C., del Instituto Regiomontano de Cultura Hispánica y del Museo de Monterrey; participó como colaborador de Poesía en el Mundo, de la Sociedad Artística Tecnológico, de la Universidad de Monterrey, de Promoción de las Artes, del Centro Cultural Alfa y como organizador de un gran número de eventos culturales.

Como verdadero humanista, Alfonso supo cumplir con su misión hasta el final, sin ningún atisbo de ostentación, orgullo o presunción, que manchan y hacen desmerecer la vida de algunos intelectuales. Por el contrario, siempre estaba dispuesto a escuchar con atención y atender a quienes se le acercaban, lo que aunado a su interesante conversación, lo convertía en un excelente interlocutor y amigo. Cuando daba sus puntos de vista o su visión sobre algún tema especial, lo hacía de manera afable, sencilla, sin usar palabras complicadas o rebuscadas.

Cultivó así muchísimas amistades entre sus compañeros pero especialmente con sus alumnos que lo visitaban con mucha frecuencia. Quién no recuerda, en nuestra familia, a Federico de Lachica, que se autodefinía como el huésped eterno, y que empieza su testimonio como preámbulo a una Antología Poética de Alfonso publicada por el Museo de Monterrey en 1986, con este pequeño verso que demuestra la importancia que daba a su amistad:

¡Quién pudiera ir el camino
caminando, caminando,
y en el camino encontrar
un caminante cantando!...

Otro asiduo visitante era Gabriel Zaid, que indudablemente supo aplicar las enseñanzas de su maestro en su brillante y excepcional trayectoria poética y humanista.

Como Alfonso era un hombre que le gustaba permanecer en su casa, leyendo o arreglando y limpiando sus maravillosas colecciones de objetos de arte, su familia y sus amigos teníamos la seguridad de encontrarlo, como siempre acogedor, como si nuestra visita fuera esperada y deseada de antemano. Su trato era extremadamente amable y cariñoso, tanto con las personas adultas como con los jóvenes y aún con los niños.

Terminó su vida con un acto de amor hacia su ciudad natal, Morelia, al adquirir una casona antigua, junto al maravilloso acueducto, para que no cayera en manos de personas oportunistas que querían convertirla en un centro comercial.

Fue como un “decir adiós” a la tierra que lo vio nacer. El ya sabía que su enfermedad era terminal y la había aceptado, con la misma entereza con que años atrás, había aceptado la muerte de su pequeña hija Sofía Elena a los pocos días de su nacimiento, y con la certeza de que la hora había llegado de su encuentro definitivo con el Señor. Con una acción de gracias a su Creador, se preparó como buen cristiano para ese acontecimiento tan fundamental.

Al despedirse, Alfonso supo encontrar el pulso exacto de la muerte y de la vida.

VERTE SEÑOR
Verte, Señor, pero con otros ojos;
palparte con un tacto que te ahonde;
hallar, tras la tiniebla que te esconde,
el sol en que se abismen mis antojos.

Deja que mi querer, con los arrojos
del amor que a mi sed se corresponde,
rompa los duros límites en donde
tu mano firme colocó cerrojos.

¡Que anegado en tu ancho mediodía.
No te contemple con visión inerte,
sino te toque como toco el día:

Ciego, pero sabiéndome tenerte,
arrebatado por tu melodía,
como con otros ojos para verte!

ALFONSO RUBIO Y RUBIO
(Lectura del poema VERTE SEÑOR)

Creo que a través de este poema podemos tratar de desentrañar uno de los aspectos más desconocidos, por íntimos, de la persona de Alfonso Rubio: su estatura espiritual.

Alfonso hace en este poema una composición del lugar, no físico, sino psicológico y espiritual; es decir, se instala en una situación de apertura y de humildad frente al Señor a quién desea encontrar y conocer de manera más profunda y por lo tanto más real.

Los tres primeros verbos que utiliza, revelan su intención fundamental: ver, tocar, hallar a Cristo, a quién define como sol y ancho mediodía, pero un sol oculto, escondido, por lo que hay que ver más allá de las apariencias, con los ojos de la fe, con los ojos del hombre nuevo de que habla San Pablo, para rasgar la tiniebla que lo esconde y romper los duros límites de los cerrojos que no permiten acercarse al Señor en la forma espontánea del amor que a mi sed se corresponde. Es decir, que buscamos a Cristo porque El mismo nos dio la sed y nos enseñó el camino hacia la fuente, como lo dice Saint-Exupery en uno de sus libros. Por lo que el poeta se considera con absoluto derecho a encontrar esa agua viva que va a saciarlo.

Pero antes reconoce su condición humana, donde se considera ciego, es decir incapaz de ver la luz que ilumina, que deslumbra, pues estamos llenos de miedos, angustias y temores, que oscurecen nuestro panorama y nos hacen más difícil encontrar a Cristo.

Pero como nos recuerda en su poema:

DIME A QUIéN AMAS
Se pone cada quién en lo que ama
Su amor es su verdad, limpia, desnuda,
En pura piel como la propia llama.

Y más adelante:

En el amor se vuelve transparente
La verdad interior, aunque se quiera
Tapiar la casa y ocultar la fuente,
Porque el amor es una primavera
Que desborda las tapias y florece
Hacia dentro lo mismo que hacia fuera.

O sea que el amor es algo que produce sus efectos tanto en la interioridad de la persona como en los demás, es decir en su comunidad. Por eso es necesario hacer un esfuerzo para cambiar, pues no quiere quedarse con una visión inerte, pasiva de Cristo, sino que desea acercarse al Señor con ojos nuevos, limpios, que le permitan llegar hasta lo más profundo de la persona amada. Pero no solo quiere mirarlo, acercarse a su luz para inundarse en ella, sino también para gozarla con otro de sus sentidos que adquiere mucha importancia en el poema: el tacto, pero no un tacto superficial sino profundo, que permita palpar a Cristo (es el verbo que usa) y descubrirlo hasta en lo más hondo de su ser.

Pero para cumplir con su deseo encuentra otro tipo de dificultades, que supone externas a su persona. Habla de duros límites donde Cristo mismo, con mano firme, colocó cerrojos. Podemos imaginar que tal vez se refiera a la Noche Oscura de San Juan de la Cruz, o simplemente a nuestra condición humana, inserta en un tiempo que retrasa la visión beatífica y absoluta de nuestro hermano Cristo. Temporalidad que tan solo nos permite vislumbrar a Dios tras un velo, como lo menciona San Pablo, y que Alfonso lo señala como una tiniebla que hay que traspasar.

La recompensa de todo este esfuerzo la presenta con tres verbos: anegarse, arrebatarse y contemplar. Anegarse implica inundarse, es decir embeberse del agua viva que Cristo prometió a la samaritana, agua que nos quitará la sed para siempre. El poeta se siente también arrebatado, arrastrado, atraído por Cristo, pues su encuentro le ha provocado su adhesión total y entusiasta. Su éxtasis lo lleva a olvidarse de todo lo demás que lo rodea y le permite llegar a la seguridad del encuentro definitivo, de la contemplación plena. Cierra su poema con las mismas palabras con que lo inicia, “con otros ojos para verte”, volviendo a su intención fundamental del encuentro con el Ser Amado y que define muy bien en el otro poema mencionado anteriormente:

Definido el amante en sus amores,
En el ser del amado se delata
Sin velos ni reflejos mediadores.

Y porque en el amor nada recata
La verdad revelada en lo que quieres
Esa verdad te mide y te aquilata,
“Dime a quién amas, te diré quién eres”.

Creo que a través de toda su poesía, Alfonso nos demostró con creces una enorme capacidad de asombro, que unida a su extraordinaria sensibilidad le permitió definir su verdadera identidad: un enamorado de la vida, del universo todo, abierto al gozo intelectual y artístico, un buscador infatigable del sentido y razón de su existencia. Su partida nos entristece pero nos alegra la huella que nos deja, pues su vida no fue en vano: trascendió y permanecerá en todos aquellos que tuvimos la dicha de conocerlo.

Monterrey, 2 de diciembre del 2000

Alicia Elosúa de Salinas

9Federico Lachica

Un testimonio

¿Quién pudiera ir el camino
caminando, caminando,
y en el camino encontrar
un caminante cantando!...

El año pasado se han cumplido ocho lustros que el Lic. Alfonso Rubio y Rubio llegó a Monterrey. Se incorporaba al cuerpo docente del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores. Se dice fácil, pero en ese lapso —alumnos, generaciones— han sucedido cosas muy importantes por su presencia. Y su nombre, su preclaro ejercicio de maestro, son ya inseparables del Instituto, de otras instituciones culturales, de los rostros y de la vida misma —la actual y la futura— de la ciudad.

Vino con el ‘íntimo decoro” de Morelia. De los verdeantes bosques y fértiles vastedades michoacanas. Aquella ciudad- rosa, a la que ha cantado con enamorada y gozosa reverencia, le nutre y siempre le acompaña. El mismo dice: “en la provincia recoleta, a uno se le conoce desde que es una esperanza de existencia”. En ella, la escuela, la liturgia, los juegos y azoros infantiles. En su seno, aclara sus conflictos vocacionales, pasea sus primeras alegrías y cuitas amorosas, reflexiona peripatéticamente con su maestro bajo las frondosas alamedas. Es Morelia la que enmarca su deleitosa actualización cultural en voraz e inteligente ejercicio de lector y, su ámbito —de amigos, maestros, estudios, arte, paisajes, intereses— tiene que hacerle inevitablemente nacer a la poesía. En ella florecen sus primeros poemas bajo el signo de la rosa y al cobijo del color de la camelina, la catedral y la jacaranda. Desde un principio, su poesía es madura, un prodigioso equilibrio en la mesura que no ha coartado nunca su intención expresiva. Desde entonces, su quehacer poético, el total, ha sido límpida voz de la cultura, rica resonancia de sus raíces nutricias. Y también desde entonces, su oasis ha sido la provincia, reintegrándonos siempre desde ella, una patria efectiva en el contorno de la creación humana.

Luego, la gran capital, en los tempranos años cuarentas, lo confirma en lo universal y cosmopolita. Lo abre a otra ronda de amistades intelectuales y profesionales que necesariamente aceptan su valía y le confieren lugar de primero entre iguales.

Sabe aprovechar la palabra de sus maestros de derecho, de filosofía y de la vida. De entre ellos, uno, reconoce con claridad el talento, la sensibilidad, la sabiduría de aquel joven ya abogado, escritor, poeta, orador, político, humanista e, intuye sin dificultad su vocación magisterial. Es precisamente el Maestro don Manuel Gómez Morín, quien le pide que venga a Monterrey. Ya para entonces ha escrito en plena juventud, también en asombrosa madurez, su tesis profesional La Filosofía de los Valores y el Derecho; publicada luego por una prestigiada editorial y que por muchos años habrá de utilizarse como libro de texto en las facultades de derecho de algunas universidades del país. Deja en la capital la oportunidad de participar en un importante bufete legal y la actividad periodística, también y tan bien aquilatada por el medio, manifestada con penetrante inteligencia en el ensayo, al tratar temas políticos, económicos, literarios y de otras realidades nacionales de actualidad.

Y no llega a Monterrey —cuando pudo haberlo hecho por altísimos méritos propios— con intenciones de asesor en cuestiones legales y económicas. Llega con auténtica decisión para enseñar, con el íntimo compromiso de ser profesor, primer paso de humildad en su luminosa y múltiple epifanía de maestro. Acepta ya que en el campo de posibilidades que le abona su talento hay esa otra opción más alta y necesaria de formar hombres y forjar aptitudes, confirmar misiones y personalidades, aderezar y multiplicar por el espíritu el quehacer personal, la eficacia de la ciencia y de las empresas materiales.

De inmediato es invitado a dar conferencias de filosofía, que de suyo marcan el inicio de su Gran Conversación con Monterrey. Además de sus cátedras como parte de las obligaciones de profesor de tiempo completo del Departamento de Humanidades, al cual, sin dejar sus lecciones, muy pronto habrá de dirigir, nombrado y solicitado en unánime consenso por sus colegas. Otra vez, su valía, su vasta y profunda formación son reconocidas por el claustro académico y la ciudad. Aunque no faltaron las críticas y la incomprensión, como suele suceder, de los pocos y de los menores. Fugazmente pensó en irse. Pero se queda. Ya opera en él, lo que Gabriela Mistral, como maestra, suplicaba para ella: “...permanente el fervor, pasajero el desencanto”. Alfonso Rubio decide arraigarse en Monterrey por amor. Nos vuelve a decir: “Se pone cada quien en lo que ama”. Un amor que acota y deja ser, lo hace crecer; amor a la mujer, a la docencia, a la siembra de la cultura y a los cuidados pacientes y confiados de sus frutos. Y nos reitera: “Lo que digo es amor...”. . .

…Tuve en suerte conocerle de manera señalada: Por un error mecanográfico del departamento escolar, el horario para el semestre que se iniciaba en septiembre de 1948 lo hizo para nuestro grupo —para mí— el maestro de la primera hora del primer día de clases del primer año de preparatoria. Debió haber sido Etimologías con otro profesor, pero esto hizo que la materia fuera Lógica. Su exposición fue diáfana, invitadora, ubicadora, elegantísima. Morcó nuestro entusiasmo, acicateó nuestro interés por la carrera ingenieril que habríamos de seguir. Nos hizo sentir la dignidad de estudiantes, de profesionistas que anhelábamos ser, con aquella memorable lección inaugural sobre una de las tres veredas del viejo camino —antaño y hogaño, sabio y libertario— del Trivium “... que un día inició el hombre de Occidente, bajo la sombra bondadosa de una catedral o un monasterio en su peregrinación a la cultura”. Aquellos años preparatorianos y luego los de la escuela profesional fueron para muchos, y para mí en particular, de muy frecuentes y fundamentales encuentros. Desde luego en clases. Algunas veces, en su cubículo profesoral o en las tertulias de café. En otras, las calles regiomontanos —a sabroso paso sin prisas— se convertían en dilatados paraninfos, ámbito libre para las ideas en conversaciones transparentes, subrayadas por la gozosa algarabía de pájaros empautados en los hilos telefónicos, perfilados por el sol, que a lo lejos, estallaba sus oros contra la Huasteca; a esa hora previa en que la sierra empezaría a mandar “...luceros a la ciudad dormida”.

…La revista que funda al año siguiente aparece con el nombre de Trivium. Una manifestación más de su tarea de difusión, de su clara visión de la actividad unitaria del hombre, que demanda las mejores cualidades. Como dice —abreviándolo mucho— un intelectual inglés**: no hay dos culturas, la humanista y la técnica, lo que hay son muchas inculturas, Trivium en sus tres años de vida con puntual aparición mensual, es un esfuerzo para esa integración y digna portavoz regiomontana. Queda ahí, en el recuento de la tarea, como robusto árbol de la cultura del que reconocidas voces intelectuales mexicanas e internacionales, de sus ramas-páginas, hacen gustosamente tribuna; por sus nobles metas, por la dignidad y cuidado de su edición, por la calidad intelectual de su dirección y consejo editorial. Ofrece sus páginas a los maestros del Tecnológico, a las voces nuevas de la ciudad y en acogedores estímulos, a los balbuceos de talento de los alumnos. Merece elogiosos conceptos entre otros tantos, como éste de un centro universitario desde los Estados Unidos de Norteamérica: “(una revista).., en defensa de esa forma de cultura humanista que integra en la vida de hoy, a la cual nos debemos, los valores vivos de la vida de ayer, a la que tanto debemos”. Y no parece ser ahora gratuita coincidencia —reveladora circunstancia de su promesa de devoción a Monterrey, hoy cumplida con creces, sí que lo es— que en ese primer número de Trivium se publique “Esbozo de la Sierra”: Alfonso Rubio requiebra a la ciudad de los perfiles, con voz, en mesura y ternura otra vez, de viril enamorado. Frente a la muralla para el clima veleidoso, mero accidente geográfico que para muchos pudiera ser la sierra, él entona a la diversidad de su belleza. Donde faltan ojos, él propone el cuidado de su mirada. Donde hay olvidos, él ve primaveras; donde siente omisiones, él ofrece la acción de su canto. Funda también por entonces círculos de lectura abiertos a la ciudad; se une al rescate y decoro de otro de nuestros rostros fundamentales, a través del Instituto Regiomontano de Cultura Hispánica. Dentro de su permanente inquietud editorial, que sigue ahora dando elegantes frutos, es la época en que imprime mensualmente bajo el nombre de “Mensaje”, una joya tipográfica miniatura que es correo y vía de presencia hispánica. En las respectivas ocasiones, va como invitado a las festividades centenarias de la Universidad Nacional Autónoma de México y de la Universidad de Salamanca, es también conferenciante huésped de la Universidad de Santander en España y de varias en México. De esas jornadas son sus espléndidos estudios sobre Sor Juana, el Positivismo en México y sus múltiples análisis de la poesía mexicana y universal. (De recogerse algún día impresos todos sus ensayos, críticas literarias, conferencias, estudios, discursos, traducciones, documentos pedagógicos, presentaciones, lecciones, tendremos otra valioso noticia integradora).

Los años que habrán de seguirse serán de intensa actividad: es entusiasta colaborador y consejero fundador de otra noble institución regiomontana, Arte, A.C. Participa en la reestructuración docente del Instituto Tecnológico. Redacta el Estatuto Orgánico y los Principios (educativos) del mismo, documentos didácticos de suma importancia. Su elevado credo de enseñanza queda además plasmado poéticamente en “Despedida” (Ceremonia de Graduación, 1952) y “Mensaje de Aniversario” (10 años del ITESM, 1954). Introduce la materia de Historia de la Cultura en las carreras profesionales del Instituto: cada lección dada por él es otro canto poético actualizado al quehacer total del hombre, en grandes síntesis como magníficos espejos referenciales, que va poblando con sus revisiones históricas, ideológicas y estéticas sobre la vida, empresas, logros materiales y espirituales del mundo griego, renacentista y de la cultura universal. Incorpora asimismo las síntesis de las culturas mesoamericana y novohispana, que ofrece en lecciones y seminarios enriquecedores para la identidad regional y nacional, sin acotamientos estrechos sin recurrir a machaconas y sobadas patrioterías, antes bien señalando una imagen real, pulida en la esperanza. Sus clases, las abarrotan estudiantes de todas las carreras, no sólo los inscritos obligatoriamente. No eran superficiales adornos al aprendizaje técnico; han sido definitivamente vías integradoras de la formación profesional y humana, contagio benéfico en las actividades de otros profesores y áreas docentes, guías rectoras de tareas personales. Funda y dirige dentro del Instituto la Escuela de Letras. Lo que Alfonso Rubio dice muchos años antes, en un prólogo de acompañamiento a la primera salida de un joven al campo de las letras, cabe espigado aquí por su validez respecto a esta Escuela:

“...quisiera llamar la atención sobre la necesidad de compañía, de interés comunitario, que precisa en el fondo toda actividad literaria y... en general, creadora. Cabalmente porque el arte es comunicación, todo artista requiere... destinatarios prójimos, semejantes con quienes entrar en diálogo, y éstos sólo se hacen presentes en el interés con que la obra de arte es acogida. . , Ningún arte puede arraigar en tierra de indiferencia. .. Monterrey empieza a poblarse de voces (literarias) juveniles... Mañana… - engrosará el coro y la Ciudad tendrá un nuevo motivo de orgullo. Pero para que ese futuro sea realidad lograda, es forzoso atender a estas vocaciones juveniles, estimulando el esfuerzo germinal”.

Pasa luego a la Dirección de la Escuela Preparatoria. Mantiene su excelencia y acrece también el aíre para los primeros hallazgos y los diálogos francos. Anima nuevas vocaciones para la enseñanza. Piensa, inicia y coordina otro gran aliento educativo que es la Escuela Preparatoria Abierta; hace personalmente textos y traducciones para el caso y estimula su producción. Dirige la habilitación de todo el aparato comunicador de esta innovación del aprender, que permite el acceso de muchos a dicho nivel de formación y que habrá de impactar, con posibilidades salvadoras, una ingente necesidad nacional. De él y sus colaboradores en el Instituto, y sólo de ellos, es este gran proyecto que surge en Monterrey. Al trasiego del sistema educativo del Tecnológico a otras ciudades del país, se le nombra Vicerrector de Enseñanza Media del mismo, cargo que desempeña con la misma dedicación durante dieciséis años. La actual Rectoría le honra y se honra al nombrarlo su asesor.

Y en medio de todos estas tareas que se propone y logra desde los puestos académicos, como desde un principio, sigue dándose tiempo para hacer llegar sus exposiciones magistrales a otros grupos operarios y rectores de la ciudad, propiciando una vez más la posibilidad de que la acción no sea repetición de cultura adquirida, sino aumento cualitativo de nueva creación transformadora. Frente a esta ubérrima y solidaria contribución a la enseñanza y la cultura de la ciudad, hasta se podría pensar paradójico el título de uno de sus poemas: “Voz de Silencio”. Pero también ello quizás nos llevaría a vislumbrar esa otra dimensión básica de su actitud y acontecer vital. Ciertamente, su voz se hace más sonora cuanto más íntima. Sin solemnidades, sin mesianismos, sin mezquindades, todo lo emprendido por Alfonso Rubio tiene esa impronta de modestia y sencillez milagrosa, de aforado realismo, de aleccionadora honestidad intelectual, de respeto y responsabilidad con el prójimo, de amistosa gentileza. En suma, de presencia en amor, que se afina en su fidelidad moral con él mismo, que se nutre de una gran confianza en la Vida, en el Hombre y en su acción genuina y trascendente. De ahí que su sabiduría se acrecienta cuando ejerce el don de consejo. Cuantas veces —estemos seguros que muchas y tantos— hemos sentido su presencia al ver con un poco de más claridad, al actuar con un poco de más certeza en lo mínimo y en lo importante, al iniciar o proseguir con entusiasmo, al descubrir la armonía y contemplar la belleza, al enriquecernos con lo bueno, al sabernos en la posibilidad de un ámbito transitable, habitable, enaltecido por el esfuerzo en colaboración, y que él, de ésta u otra manera sutil y libre —confirmándonos en la toma de conciencia de que cada persona, cada grupo de trabajo, una ciudad, una patria toda, es centro concreto de actos espirituales—, nos ha enseñado a ejercer y cultivar.

Por eso su poesía, retomando la eficacia profunda de la palabra, es otra forma de invitación a que todo se transforme en brillo de cotidiana hermosura. Otra manera de movernos a instaurar —dentro y fuera— mundos habitables. No requiere explicaciones. Resistiría el acabado rigor del análisis literario. Mejor es sumergirse en ella, como en refrescantes aguas lustrales estremecidas por “roces de alas”: siempre en asombro, pone primaveras en los ojos, prende en la noche urbana una bella línea espiritual. Conjuntando a su esbelto lirismo, aparece el ‘eterno femenino’, el intento de palpar el misterio religioso, la esplendidez de su prosa y sus traducciones, la tensión abisal en brevedad —zen, casi— de sus versos más recientes. Surgen voces como cósmicos ecos sapienciales, músicas que saben a Petrarca, paisajes y marinas con eficaces pinceladas verbales. Está omnipresente la idea florecida. Hay crepúsculos, noches, auroras, que fluyen al día siempre en plenitud de serena alegría.

Así, bajo esta luz, el acertado homenaje que ahora patrocina el Museo de Monterrey, se transforma en una acción que enaltece a la comunidad en que se da, que surge como un acto de libertad gozosa, signo de una actitud en resonancia, de un alto estilo; como respuesta justa a aquel que ha señalado caminos sin esperar particular recompensa. Proseguir la andadura, continuar la voz, reconocer su verdad, es reconocernos, reconocer lo que extiende y nos expande.

Todo esto no son más, si algo son, que bosquejos apenas en completa admiración, de los atributos de esa tarea de Don Alfonso Rubio y Rubio y algunas impresiones de mis vivencias emocionados en gratitud. Y no son lo importante. A mi testimonio —al que me convocan amablemente en redoblado privilegio los encargados de esta publicación y que continúa el otro fundamental de aquella cercanía discipular y de la amistad madura de ahora— tengo la certeza que se le sumarían innumerables asertos de agradecimiento similares.

Lo importante, pues, es esta ennoblecedora presencia del Maestro en Monterrey y estas palabras de sus poemas que siguen, “palabras que son flores, que son frutos, que son actos” de una larga y generosa dádiva que, para ventura nuestra y júbilo de la ciudad toda, sigue siendo...

FEDERICO V. DE LACHICA
Monterrey, Septiembre de 1986

10Alfonso G. Martínez de la Serna

A don Alfonso Rubio y Rubio en su partida

Existe un arte de saber envejecer y sólo lo logran los espíritus especialmente dotados para ello, el cultivado intelecto de Alfonso Rubio le permitió un lugar en este grupo de seres privilegiados.

Egresado de la Escuela Libre de Derecho; pero por vocación filósofo y educador, su sensibilidad al fenómeno estético le permitió cultivar la poesía y el coleccionismo de libros y obras de arte.

La ciudad que lo vio nacer fue Morelia, un 19 de marzo de 1919 y no obstante que vivió prácticamente toda su vida adulta en Monterrey siempre recordaría, con viajes y en poesía su tierra michoacana.

“No es el recuerdo
a pesar de verte,
rosas tus piedras,
rosas tus jardines…”
(Soneto a mi ciudad, 1957)

Al lado de su esposa Esperanza Elosúa Muguerza formó una ejemplar y prestigiada familia. En su vida profesional se entregó a fundar los cimientos humanísticos en el Tec de Monterrey desde sus primeros años (1945); donde fundó los cursos de humanidades y de historia de la cultura, ocupando la dirección de la Escuela de Letras y la vicerrectoría de Enseñanza Media, donde fundó quizá su mejor obra educativa, medida en cobertura y beneficio social, la Escuela Preparatoria Abierta, el primer antecedente de un esquema de educación a distancia a nivel nacional. En la actualidad, este esfuerzo educativo opera a nivel nacional adscrito a la Secretaría de Educación Pública Federal con miles de alumnos en todo el país.

Colaborador del semanario “La Nación” (1945-51); fundador de las revistas de literatura: “Haz de Provincias” (1945), “Viñetas de Literatura Michoacana” (1944) y fundador de “Trivium” (1948-50). Conferenciante en universidades nacionales y centros de enseñanza en el extranjero, destaca su participación en las Jornadas de Literatura del VII Centenario de la Universidad Salamanca y en la Universidad de Santander (1953) en España.

Alfonso Rubio fue un ser humano excepcional por méritos propios; supo mantener el espíritu erecto, la estatua de su alma, y, a fuerza de ejercitar sus virtudes humanas, cultivó el espíritu para que no envejeciera al mismo tiempo [que] su cuerpo, y así lo sobrevivirá. Fue conocedor profundo de la condición humana y con gran acierto identificó el secreto de una vida plena: se aseguró que el centro de su vida no estuviera adentro de él mismo, sino fuera de él: volcado hacia el prójimo. Fue un hombre entregado a las mejores causas de la sociedad, de ahí su participación en Arte, A. C., Museo de Monterrey, así como sus cursos y escritos sobre cultura e historia ofrecidos a los círculos corporativos de esta ciudad.

Considero que el escribir palabras consolatorias ayuda poco a mitigar el dolor, pues toda tristeza por la partida de un ser querido es sagrada; pero también creo que desde la Fe se pueden aclarar estas heridas.

Para mí, mi tocayo, como afectivamente nos nombrábamos, no se ha muerto del todo, sobre todo si consideramos que la vida es una batalla en la que al nacer tenemos todo nuestro amor en el platillo de la vida, y lentamente, a lo largo de los años, vamos pasando trozos de amor al otro lado, al de la muerte. Morirse entonces, tal vez sea romper ese equilibrio: llegar a tener más amor en el platillo de la otra vida. Alfonso Rubio está naciendo en la otra orilla con las alforjas llenas de amor de sus seres queridos y de sus amigos y discípulos.

La vida nos ha enseñado que existen hombres que se dedican a almacenar virtudes o ciencia, pero lo que poseen no lo reparten, o sea que retienen pero no dan; son grandes hombres pero igualmente estériles. Alfonso Rubio, en cambio, fue de las personas que dio de lo que estaba hecha su propia alma; que, cual portentosa fuente, ofreció su agua sin quedarse seco; que recreó todo lo que vivió y repartió todo cuanto había recreado. ¡Dichosos los hombres que se mueren con el alma encendida!

Los grandes hombres no lo son por lo que producen, sino por lo que reparten, y del alma de Alfonso Rubio podemos alimentarnos permanentemente; ahí están sus obras filosóficas y sus obras poéticas. Qué mejor que Nicolás Guillén como idea final:

“Ardió el sol en mis manos,
que es mucho decir;
ardió el sol en mis manos
y lo repartí,
que es mucho decir…”

*El autor fue director fundador del campus San Luis Potosí del ITESM y director del Centro Cultural ALFA.

 
11Lindy Salinas Rocha

Palabras pronunciadas por,...

Buenas noches a todos:

Me siento muy honrada por haber sido escogida para hablar del Lic. Alfonso Rubio y Rubio, queridísimo amigo. Tal vez fue porque soy de las personas que por más tiempo lo trataron aquí en Monterrey, pero me siento tan inadecuada para plasmar en palabras la riqueza interior, la bondad, la rectitud de este hombre extraordinario. Aún cuando todos mis recuerdos van fluyendo a medida que los evoco, y resucitan con sus frescos colores de antes, no me es posible transmitir a ustedes lo que significó este entrañable amigo, maestro, compadre y excelente poeta. Su palabra y su ejemplo han sido para mí camino y guía. Consciente, pues de que jamás podré expresarlo en palabras, les hablaré del amigo con sencillez.

Conocí a Alfonso a mediados de la década de los cuarenta, cuando acababa de llegar a Monterrey para trabajar de maestro en el recién fundado Tecnológico. Venía, según supe después, recomendado por Don Manuel Gómez Morín. Era un joven soltero con una sólida formación humanista. Tuve el privilegio de ser su amiga desde esos primeros años. Sus alumnas le guardábamos una gran admiración. Era muy provechoso para nosotras contar con un maestro de semejante valía, pero Alfonso nos trataba como sus compañeras y nunca nos hizo sentir su superioridad. Corregía nuestros errores con gran delicadeza para no avergonzarnos.

Aunque al llegar pensó que al cabo de un año regresaría a su bien amada Morelia, para nuestra fortuna, el destino lo retuvo en Monterrey hasta el fin de sus días. Yo estoy segura de que Monterrey sería muy diferente sin la influencia que su amor por la cultura dejó en tantas personas que recibieron su enseñanza. Sin embargo sé que una pasión magnífica lo mantuvo siempre unido a la belleza de su ciudad natal. En uno de esos primeros veranos visité con unas amigas estadounidenses la ciudad de Morelia. Caminando por su calle principal, entramos a una librería denominada "El Quijote". Ahí encontramos a Alfonso quien se ofreció a mostrarnos la ciudad. Ver Morelia por los ojos de Alfonso es una experiencia estética de primer orden. Aprecié sus muros que florecen "lo mismo hacia adentro que hacia fuera", la galanura de sus construcciones, la gracia de sus fuentes, la armonía de sus jardines. He llegado a pensar que Alfonso más que descubrir la belleza en el mundo, la creaba a su alrededor con la fuerza de su espíritu. Encontraba el ángulo perfecto para apreciarla, escogía la palabra que la hacía lucir, ponía en la cosas la belleza misma de su alma. Él mismo nos habla de su pasión por su ciudad natal en el poema "A Morelia" en el que confiesa "y mi voz que segura parecía nada pudo decir sino que te ama".

Alfonso conjuntaba en su ser una profusa diversidad de dones: inteligencia profunda, clara, sensibilidad exquisita, palabra armoniosa, precisa y sabiduría anclada en la luminosidad de su espíritu. Verdad, Belleza y Bien dejaban de ser entes separados. Vivía haciéndonos partícipes de su glorioso mundo interior porque todo lo compartía con humildad y cariño. Irradiaba la paz de quien siente que ha consagrado su vida a lo que ama.

Esa paz no se alcanza por casualidad. Se requiere un esfuerzo constante de la voluntad que facilite el desarrollo de la virtud, aunado a un objetivo claro al que se desea llegar. La luz que iluminó su camino brotaba de una profunda espiritualidad. El impulso y la fuerza para ser las encontró en el amor de su mujer. Ella se mantuvo siempre en la sombra, apoyándolo con su paciencia y comprensión, poniendo orden en su vida diaria, proporcionándole un hogar en paz. Nunca reclamó para sí las horas que él debe haber dedicado al estudio y la lectura, ni exigió paseos o diversiones que lo distrajeran de sus propósitos. Mi esposo y yo los visitábamos con frecuencia y nunca la oí quejarse ni los ví discutir o pelear. Estoy convencida de que Alfonso no hubiera podido llegar a ser lo que fue sin su Esperanza. El amor que le tuvo lo constatamos en los siguientes versos:

Cuando te dejo
Ritma mi paso la voz de mi corazón
Que sigue diciendo "te amo".
O cuando confiesa:

Cada mañana se abre
Con la promesa de tu encuentro.

Recuerdo un viaje que tuve el privilegio de hacer con ellos y dos de sus hijos. Observé conmovida la avidez con que buscaba a su mujer si por un momento la perdía de vista.
¿Dónde está tu mamá? inquiría inmediatamente. Así pudo escribir
Día sin ti,
Día tirado al cajón de los desperdicios.

La imagen que claramente se viene a mi memoria al recordar sus clases es la de un joven con un cigarro mitad ceniza sostenido en su mano y con la mirada como buscando la palabra precisa que expresara el concepto que deseaba y que repentinamente, después de una larga pausa, parecía pescar en el aire. Estoy segura que muchas de ustedes saben exactamente a qué me refiero. Alfonso dio clases en mi casa por algo así como catorce años. Le doy gracias a Dios por ese privilegio. Su enseñanza no se limitó a lo que su palabra expresaba, su vida misma fue siempre un ejemplo a seguir. Su entusiasmo era siempre contagioso. Enriqueció mi vida con su fe, su amor a la belleza, sus conocimientos, su espíritu.

A mi mente acuden infinidad de recuerdos que muchos de los aquí presentes seguramente comparten, pero creo que pocos de ustedes evocarán al amigo subido en un burro que lo llevaba a la Cola de Caballo. Sí, Alfonso sabía ser sencillo, bromista, divertido, siempre procurando agradar a los demás. En esa ocasión paseábamos al escritor español Dámaso Alonso y a su mujer, Eulalia Galvarriato de Alonso invitados por él a Monterrey.

La última vez que lo vi fue el día que su familia me comunicó que le habían diagnosticado una enfermedad mortal. Pensábamos tenía aún un año de vida. Como yo también había tenido algunos padecimientos, pudimos hablar de lo que para ambos significaba el enfrentamiento con la muerte. Comprendimos que era necesario aceptar el dolor de la despedida, pues sólo así es posible crecer y madurar. La auténtica alegría de la vida se da mediante la renuncia y el desprendimiento de situaciones insostenibles. Soltar es el precio de la madurez y de la sabiduría. Estábamos tranquilos, habíamos gozado ambos de una larga vida, confiábamos en la Bondad de Dios. No sospeché al despedirme esa noche que nunca más lo vería. Como acostumbraba hacerlo con quienes lo visitaban, al despedirse me acompañó a mi auto y se quedó parado hasta que me perdió de vista.

Le doy gracias a Dios por el privilegio de haberlo conocido, de ser su amiga. Alfonso más que cualquier sacerdote iluminó mi fe, y con su espiritualidad enriqueció mi vida.

12Gerardo Puertas Gómez

“Hallazgo de la Palabra Buscada Desde Siempre”

Alfonso Rubio no escribió poesía. Tampoco es justo afirmar que fue poeta. Alfonso Rubio fue poesía.

Porque su vida misma constituyó una manifestación de la Belleza y de la Verdad, es decir, una expresión del espíritu humano en sus más altas dimensiones.

Tuve el privilegio de conversar con él y la distinción de visitar su biblioteca. Tuve también el honor de recibirlo en mi hogar familiar y el gusto de darle la bienvenida en mi casa académica.

Le conocí tarde y le traté poco. Lo digo con hondo pesar. Porque es mucho lo que pude haber aprendido de él y mucho lo que pude haber disfrutado de su presencia. Porque su generosidad era profusa y su sabiduría era profunda.

Pero me bastaron unos cuantos encuentros para apreciar -yo diría para aquilatar porque él era una auténtica joya- su honda dimensión humana y su amplio horizonte humanista.

Don Alfonso era un oasis. Su mirada reflejaba dulzura y su sonrisa transmitía ternura.

Expresaba el gozo de quien está siempre en concordancia con la vocación íntima. Irradiaba la alegría de quien consagra la existencia a lo que ama.

Era luminoso como el fuego y vivificante como el agua. Era fecundo como la tierra y transparente como el viento.

Como la naturaleza, él manifestaba equilibrio; como el cosmos, él denotaba armonía.

Y era, hay que decirlo, un ser humano que sabía ser sencillo y bondadoso, gentil y hospitalario.

Supe de Don Alfonso Rubio y Rubio desde siempre, a través de sus textos y de sus actos, pudiendo apreciar su trabajo poético y sabiendo valorar su acción cultural.

Como muchas otras personas, llegué a sus versos gracias a la colección “Poesía en el Mundo”, editada en Monterrey, México por Manuel Rodríguez Vizcarra.

Me aproximé a sus cátedras, como muchos otros individuos, merced al, ahora extinto, Museo de Monterrey.

Sé, a través del testimonio elocuente de quienes fueron sus alumnas en clases privadas durante décadas enteras, que sus cursos eran periplos a tierras de esplendores inagotables y visitas a continentes de riquezas insospechadas.

Puedo afirmar, con íntima convicción, que no hay regiomontana o regiomontano con interés en las letras y en las artes, que no haya recibido los beneficios de sus trayectorias literaria o académica.

Porque el maestro fue pilar fundamental del desarrollo artístico y cultural de Nuevo León durante la segunda mitad el siglo XX. Del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey a sus clases particulares; del Museo de Monterrey a Arte A. C.

Pero he afirmado que Alfonso Rubio fue poesía. Y eso sigue siendo, tal vez hoy más que nunca, gracias a la edición de este volumen. De allí que no haya nada mejor para hablar de él, que dejar que hable él mismo, es decir, su poesía.

Porque, como él nos comparte,
“lo que digo es amor”
y éste es
“la eternidad invicta”.
Porque, como bien indica,
“Acaso la realidad de mi propia historia no sea sino el más bello cuento de hadas”.
El autor aborda el tema del amor. Lo hace de una manera diáfana, sólo asequible a los espíritus excelsos. En sus versos transforma la experiencia amorosa en un diálogo:

“Una sed perdurable de ternura encendida en tus ojos,
inventando la forma de mi nombre”.

Y la vuelve música:
“Eres tal una viva resonancia en el concierto de mis claras horas,
breve río de luz traspasando mis sienes,
inundando mis ojos con tus aguas”.

Identifica el sentimiento amoroso con todo lo verdadero.

“No quiero más verdad que tu mirada a mis ojos sin límite abierta:
la verdad de tu cuerpo iluminado,
la verdad de tu alma estremecida”.

Y lo hermana con la libertad. “No hay cadenas de rosas ni jacintos para cerrar el vuelo de la noche”.

Amor intemporal.
“Eterna ya, te encuentro en las rosas movedizas del sueño:
como mi voz te nombra, exacta, a mi deseo”.

Amor jubiloso.
“Quemas tu prisa en mi avidez, sin nombre
de ascender por tu sangre a la orilla del júbilo…
Y estás, aquí, indefensa,
… cumplida perfección de mi paisaje”.

Promisoria jornada que comienza.
“Cada mañana se abre con la promesa de tu encuentro”.

Complementaria vivencia.
“He dispuesto mi silencio para que me invada tu rumor.”

Contrastante experiencia.
“Alternas incesante en mi ávida playa, invasiones de espuma y agua en retirada”.

Imaginación iluminada.
“Pensando en ti hice de mi jardín una trampa de estrellas”.

Visión sublime de la perfección.
“Todas las cosas se ordenan cuando tú pasas entre ellas.”

Celebra a la mujer como vuelo y como luz.
“¡Qué nacimiento oculto de mi dicha! Gracias a ti mujer, ala y estrella”.

La recuerda como lluvia floreciente.
“Te derramas sobre mí
como sobre el paisaje la flor del durazno
en las orillas de la primavera”.
Y encuentra en la sonrisa de la amada,
“ala presa en su gracia, paréntesis de luz entre amapolas”.

Canta a la juventud.
“Amanecen sus ojos…”
“Sus labios cantan…”
“¡Mirad sus manos con qué avidez se posan sobre el mundo”.

Anuncia el esplendor de su presencia.
“Son la fiesta del mundo.
Para ellas nace el sol y estrena diariamente el azul su prodigio
…y la poesía da en ellas su resplandor perenne”.

Pero el maestro Rubio y Rubio también elige referirse al amor en su más amplio sentido.
Proclama el significado último de la creatividad humana.
“Se pone cada quien en lo que ama”.

Descubre la naturaleza de la acción.
“Porque en amor no hay pérdida.
Nunca se pierde el llanto, ni el sudor,
ni el esfuerzo que del amor son hijos”.

Revela la autenticidad del amor.
“En el amor se vuelve transparente la verdad interior,
aunque se quiera tapiar la casa y ocultar la fuente,
porque el amor es una primavera que desborda las tapias
y florece hacia adentro lo mismo que hacia fuera”.

Muestra la esencia de nuestra tarea.
“La historia del hombre es como el mar.
Las olas van y vienen, fluyen y refluyen.
Pasan. Pero nada se pierde.
Todo queda en la memoria del mar”.

Apunta el centro de nuestra labor.
“Más, en la obra del hombre, el hombre sobrevive”

y, por ello,
“la medida del futuro es el Amor”.

Don Alfonso, el hombre, supo ser en su existencia y en su acción, diálogo y música, verdad y libertad, recuerdo y porvenir, conjugando en su persona sabiduría y bondad.
El escritor posa sus ojos, desde luego, en la naturaleza y en la Creación, para devolvernos paisajes renovados.
Traza a la flor.

“Jamás propuse otra cosa a mi más alta pasión
que la sola perfección que te circunscribe, Rosa”.

Pinta lo mismo al sauce que a la yuca.
“A capricho del aire acarician el agua los dedos de los sauces”.

“Bacantes de verdes greñas/ danzan las yucas/ entre las breñas.”

Plasma por igual el salto de la araña que el vuelo del colibrí.

“Es, al fulgor del alba, un pectoral de perlas la telaraña”.

“Sobre la flor, diminuto torbellino tornasol”.

Esboza la sierra como emanación de la armonía:
“Contemplo tus montañas, esa música azul -un coro a veces-
donde el viento acrisola su caricia más tierna”.

Delinea al océano como encarnación de la belleza:
“Nada propone el mar sino su quieta hermosura.
un aire manso y fino riza apenas su piel,
y en cristalino juego las luces vierten su paleta”.

Pinta imágenes preciosas acerca del fluir de los días:
“Copa de oro la mañana
y de cristalina turquesa la tarde,
la noche, ánfora de lapislázuli”.

Nos lleva de la mano a abril:
“Locura tras locura,
insensatez,
la primavera otra vez”.

Presenta a julio:
“Sol de cigarras, luna de grillos”.

Sin olvidar octubre:
“El tiempo anda entre retablos de oro”.
Ni pasar por alto enero:

“Tras las desnudas ramas un apagado cielo”.

Y con notable maestría, digna del hai-ku, plasma un paisaje en unas cuantas pinceladas:
“Corre conmigo,
equidistante,
la luna llena
entre los árboles”.

Alfonso Rubio, el ser humano lúcido y sensible, que supo descorrer el velo del misterio para mostrarnos las conexiones ocultas que unen a la tierra con el cielo, al Hombre con el resto de la Creación.

No escapa a la pluma del poeta, conocedor y coleccionista de arte, fino dibujante como muestran las ilustraciones de este libro que evocan el genio de Henri Matisse, el trabajo de los grandes pintores.v
Así, Fra Angelico, es creador que “Mojaba sus pinceles en la luz y el color del Paraíso”.

Mientras que, a través de su pluma, la pincelada Van Gogh
“Gira lunas, gira estrellas, gira sol”.

Tampoco deja de compartir con los lectores otras dos de sus pasiones: Morelia y la docencia.
Evoca a su tierra.

“Iba a decir de ti historia y fama
y mi voz que segura parecía
nada pudo decir sino que te ama”.

Menciona a la escuela como “…una idea que ha engendrado…”, como una “actitud ante el Bien, la Verdad, la Belleza”.

Supo ser un michoacano fiel a sus raíces y un académico consagrado a sus tareas, conservando y compartiendo tradiciones, preparando y formando generaciones.
El poeta reflexiona acerca de la temporalidad física del ser humano y la eternidad de nuestra vocación espiritual.
Alude a la despedida.

“Límite preciso que separa la presencia y la nostalgia” y,
“Certero anticipo del sonido de la última campana”.

Elabora sobre los significados dolorosos y promisorios del adiós.

“Es entender el tiempo que silencioso ha trabajado en nuestras almas” y,

“Es querer con angustia tormentosa apoyar en el cielo la esperanza”.

Alcanza a apreciar en la separación, tanto la oportunidad para “contemplar el mar y sentir desde la tierra la nostalgia de la orilla”, como la ocasión para “entender la queja de los ríos enamorados de sus dos riberas”.

Recuerda nuestra dimensión trascendente.
“Como la sangre clama por la sangre,
como la tierra clama por la tierra,
así el espíritu clama por el espíritu”.

Porque “todos dejamos algo: una breve semilla que germinó o que duerme, en espera de su estación propicia” y “nunca se dice ‘adiós’ a lo que se ha hecho sustancia y vida de nosotros”

Porque “como un árbol, cuyas raíces se hunden en la opacidad de la tierra y cuyas ramas más altas topan con el misterio de las constelaciones en el cielo profundo, así es el hombre: puente entre cielo y tierra… así es el hombre: espíritu que transfigura de espíritu las cosas y llenas de su espíritu las retorna a su fuente”.

Afirma, con apreciación certera, que sólo “en esta luz distinta, cobran relieve justo todas nuestras tareas… porque el mundo sigue siendo el Jardín de la Biblia, porque el hombre sigue siendo el mismo jardinero, porque Dios sigue siendo”.

El poeta, hombre pleno y humanista integral, tuvo cabal conciencia de que los seres humanos somos criatura que ensaya la creación y que aspira a la trascendencia.

El escritor habla con Dios y sobre Dios, desde su humanidad y junto a los demás seres humanos.

Cuestiona. “¿Quién soy, en definitiva, Dios mío? ¿Soy yo, este yo interrogante, dividido, el mismo que tocó hace sólo un momento la cima de la felicidad?”, se cuestiona.

Responde. “Minuto que me hace decir: ‘en el Principio eras tú’, porque la súbita revelación, el fulgurante reconocimiento cobra una validez eterna al margen de mi duración.”

Sabe encontrar gozo en la experiencia de la Divinidad, “alegría del misterio” y “delicia de lo inédito”.

Y se pronuncia por la libertad.

“Mar abierto, horizontes, refugios pasajeros:
sin canción que encadene
ni oración que despida”.

Siempre desde la fe y siempre desde la humildad.
“Verte, Señor, pero con otros ojos;
palparte con un tacto que te ahonde;…
…ciego, pero sabiéndome tenerte,
arrebatado por tu melodía,
como con otros ojos, para verte.”

Porque Alfonso Rubio fue profunda y genuinamente religioso, una persona que supo buscar y encontrar a Dios, en la intimidad celebratoria del corazón y del alma, sin pesares ni ataduras.

He de confesar que comparto con él, naturalmente como mero aprendiz, una multitud de intereses. El amor a la poesía y a la docencia, la pasión por los libros y por las artes, la afición a la historia y a las antigüedades, el gusto por el coleccionismo y por los viajes, la apertura a la religiosidad y a la espiritualidad.

Agradezco a la familia Rubio Elosúa la oportunidad de permitirme rendir este homenaje a don Alfonso.

Maestro y escritor, bibliófilo y lector, conocedor y coleccionista de arte, promotor de programas académicos e impulsor de proyectos culturales.

Poeta que no sólo supo tocar la lira con los dioses, sino cantar a coro con los ángeles.

Mente clara, corazón noble y espíritu elevado. Surtidor de conocimiento y de sencillez; venero de bondad y de ternura.

Alfonso Rubio, “eternidad invicta”, fue -y es- poesía. Porque hizo de su vida un “hallazgo de la palabra buscada desde siempre”.

 
13Eduardo Rubio Elosúa

Perfil espiritual de Don Alfonso.

Advierto al lector que, además de haber sido hijo de Alfonso Rubio y Rubio, fui su amigo, uno de sus pocos amigos íntimos. El haber estado tan cerca de él me permitió apreciar sus múltiples facetas como hombre, como maestro, como poeta, como fotógrafo, como viajero, como amante de la buena vida, como melómano, y confieso ser su discípulo y admirador por lo que es posible que este texto resulte cargado de mucha emoción.

Además de la relación paterno-filial natural, tuve la oportunidad de sostener innumerables e interminables conversaciones con él a lo largo de los años; tuve igualmente, la oportunidad de ser su compañero de viaje y su chofer por varios países de Europa y por algunas ciudades de los Estados Unidos. Recorrimos juntos muchos museos, tiendas de antigüedades y librerías; compartimos la mesa en no pocos restaurantes, hoteles y cafés por lo que me atrevo a afirmar que, aunque esté envuelto en muchas capas de admiración y cariño, estas líneas buscarán resaltar aquellos rasgos que, a mis ojos, mejor definen el perfil de quien fuera este gran hombre.

No pretendo escribir su biografía, ni hacer una enumeración de datos y fechas. Mencionaré, a lo largo del texto, alguno que me resulte relevante para entender mejor algún rasgo de su personalidad.

Alfonso Rubio nació en la ciudad de Morelia, Michoacán, ciudad que por su belleza y el estado de conservación de sus edificios y de su traza urbana es considerada actualmente Patrimonio de la Humanidad, reconocimiento que le otorga la UNESCO.

Menciono este dato porque la ciudad de Morelia siempre estuvo presente en su mente y en su corazón. Los palacios, las plazas, los jardines y el bondadoso clima de la ciudad que vivió en su infancia y primera juventud, dejaron en él una impronta que siempre mantuvo a flor de piel. Morelia estuvo presente a todo lo largo de su vida como un leit motiv, como un remanso en el que se daban cita sus más caros recuerdos. A esta ciudad le cantó en varios de sus más logrados poemas y a esta ciudad volvía cuantas veces se lo permitían sus ocupaciones.

“No es el recuerdo a pesar de verte
-Rosas tus piedras, rosas tus jardines-
Reflejada entre musgos y verdines
De un Agua que atesora lo que advierte

No es el recuerdo, en el que tenerte
Sería ya volar de serafines
Y música de violas y violines
Concertada en la vida y en la muerte

Es algo más; un algo tan de veras,
Que no pueden fingirlo tus canteras
Ni la música y vuelo a que me obligo;

Algo que, trascendiendo primaveras,
Derrota mi consciencia de testigo
Y me pide decirte lo que digo.

Nació en una época (1919) en la que resonaban aún fuertes ecos de ciudad refinada y culta, esmerada por preservar arraigadas tradiciones de exquisitas tertulias en las que convivían poetas, músicos, historiadores, intelectuales y personas con interés por la cultura, y en las que se traían a la conversación múltiples temas vinculados al desarrollo de las artes y de las ideas. Don Alfonso pasa sus primeros años en esta ciudad en donde estas reuniones eran la natural manera de asomarse a la vida y la cultura.

Poco se conoce con precisión de sus antecedentes familiares. Se sabe que no conoció a su padre y que su madre murió cuando él tenía solo trece años. Sus abuelos afincados en Zinapécuaro, Michoacán, eran hacendados agricultores y ganaderos, más sin embargo, a partir de las revueltas revolucionarias que comenzaron en 1910 se trasladaron a la capital michoacana, dejando, como muchas familias, sus tierras en manos de los gobiernos revolucionarios. Sabemos que su niñez tuvo períodos de paz y otros de mucha turbulencia. En pocos meses sucedieron grandes tragedias familiares, y a la edad de ocho años le tocó vivir La Guerra de los Cristeros en la que hubo, por parte de las autoridades, una total prohibición para la enseñanza religiosa. Se cerraron todas las escuelas privadas y comenzaron a impartirse clases dentro de las casas particulares. Quizás esta reacción violenta de las autoridades en contra de la instrucción religiosa acendró en él y en muchos otros más, el sentimiento por conservar y salvaguardar sus propios valores.

Referencias de su juventud
Desde muy temprana edad, gracias a su avidez por el conocimiento y su afabilidad, entabla relación amistosa con grandes poetas, intelectuales de la localidad y personas de gran prosapia, muchas de ellas mayores que él, quienes le confirieron un gran afecto y admiración. Entre ellos el padre Francisco Alday, el padre Manuel Ponce, Concha Urquiza, monseñor Luís María Martínez, los hermanos Méndez Plancarte, el padre Estanislao Reyes, Miguel Estrada Iturbide, Porfirio Martínez Peñalosa, Alejandro Ruiz Villaloz, Jorge Eugenio Ortiz Gallegos, el padre Samuel Bernardo Lemus, monseñor Jesús Tirado, Alejandro Avilés y otros.

En ellos encontró modelos ejemplares a seguir, modelos que suplantaron a la ausente figura paterna. El joven Alfonso encontró un nido de aprecio y reconocimiento a sus talentos de poeta, mismo que se tradujo en seguridad personal y autoestima.

En su temprana juventud, como muchos adolescentes, aprendió las artimañas del juego de billar, desarrolló la habilidad para jugar al fútbol, aprendió las artes para treparse a los balcones y enamorar a las chicas.

Venía de los veinte años…
Lo demás,
Un recuerdo posado en tres rosas:
La primera era una leve rosa de jardines,
La segunda era una rosa de canteras,
La tercera era de música y color
En el poema de la liturgia y la cultura.

Nada más… Pero, de rosa en rosa,
Las primeras tertulias familiares y la escuela;
La orfandad, el viejo seminario, mis hermanas,
Los primeros poemas
Y un vagar delicioso por las calles
Bajo las estrellas.
Y en la arboleda de mi adolescencia,
Estudios superiores, el fútbol,
La peña de los amigos íntimos,
Una revista literaria
Y el caballo despierto de mi sexo.
Venía de los veinte años,
Y lo demás no importa.
Lo que yo quiero contar
Ya no se ampara en las luces de las rosas,
O se ampara sólo porque jardines y canteras,
La música, el color, y la liturgia y la cultura
Se hicieron carne de mi carne.

Escribió sus primeros poemas al abrigo de este ambiente cálido de amenas tertulias de amigos. Éstas servían como caja de resonancia a sus escritos puesto que los que allí asistían compartían sus mismos intereses. Fundan juntos una revista literaria con el propósito de ver publicados sus versos, publicación que titularon: Viñetas de Literatura Michoacana. Esto propiciaba que las conversaciones dentro de sus reuniones giraran en torno al tema de la producción literaria. En cada reunión hacían una revisión crítica en conjunto de los textos que producía cada uno de ellos, esto generaba el campo fértil para conocer a otros poetas de muy diversos lugares con quienes compartían las mismas aficiones, y con quienes incluso llegaron a lanzar algunas publicaciones en conjunto.

Preocupado por la necesidad de hacer revalidar sus estudios de primaria, secundaria y preparatoria, impulsado por el deseo de irse a la capital a estudiar la carrera de derecho, tuvo que aplicarse a estudiar por su cuenta para presentar los exámenes a título de suficiencia. Esto le ayudó para desarrollar una disciplina hacia el estudio y la lectura, misma que observó hasta su muerte. Tuvo la fortuna de contar con un mentor, el padre Estanislao Reyes, hombre de grandes luces, quien reconociendo el potencial del entonces aspirante a bachiller, le supo guiar, proporcionándole todo tipo de lecturas que lo hicieran fuerte en el terreno de las humanidades. En el transcurso de un año lo hizo estudiar todos los cursos de Filosofía que se impartían en la entonces más prestigiosa Universidad del Mundo para temas de filosofía: la Universidad de Lovaina en Bélgica.

Llega a la ciudad de México a los diecinueve años de edad y se inscribe en la Escuela Libre de Derecho, la cual gozaba del prestigio de mejor escuela de estudios superiores en derecho de todo el país. La mayoría de sus profesores eran abogados de gran renombre que impartían sus cátedras solo por el gusto de mantenerse en contacto con la vida académica, no por necesidad. Esto obligaba a la Escuela a ajustarse a los horarios disponibles de los maestros que eran: muy temprano por la mañana y después de horas de oficina por la tarde. El no tener actividad académica entre las nueve de la mañana y las seis de la tarde a muchos estudiantes les daba la oportunidad de trabajar. Alfonso Rubio, optó por emplear su tiempo libre en leer dentro de las principales bibliotecas públicas de la ciudad. En esos años, leyó todo lo que en ellas había de literatura mexicana, principalmente poesía, novela y cuento; todo cuanto encontró de literatura española, cuidando de no olvidar ninguna obra de los autores de la generación del noventa y ocho y del veintisiete. Fueron cinco años dedicados al estudio y a la consolidación de su vocación por las humanidades.

Alfonso Rubio fue un hombre de fe, un cristiano profundamente creyente. A lo largo de toda su vida, la oración era su primera acción de la mañana y la última del día.

Verte señor, pero con otros ojos;
Palparte con un tacto que te ahonde;
Hallar, tras la tiniebla que te esconde,
El sol en que se abismen mis antojos.

Deja que mi querer, con los arrojos
Del amor que a mi sed se corresponde,
Rompa los duros límites en donde
Tu mano firme colocó cerrojos.

¡Que anegado en tu ancho mediodía,
No te contemple con visión inerte,
Sino te toque como toco el día:

Ciego pero sabiéndome tenerte
Arrebatado por tu melodía,
Como con otros ojos para verte.

Don Alfonso era un hombre profundamente recto y fiel a sus convicciones personales. Las referencias que atesoró durante sus años de formación se convirtieron en un fino bagaje espiritual que le dieron fortaleza interna y seguridad en sí mismo. Tenía una clara conciencia de sus valores, nunca dudó de ellos o al menos nunca dejó reflejar alguna duda a través de sus actitudes o su rostro. Obedecía a su voz interna.

Sintió especial simpatía por las teorías de Pierre Theilard de Chardin, sacerdote de la Compañía de Jesús, arqueólogo científico que supo encontrar explicaciones a los más insondables misterios de nuestra religión. Igualmente fue ávido lector de los filósofos y poetas católicos franceses de la primera mitad del siglo XX, así como amigo personal de escritores y poetas católicos mexicanos. En más de una ocasión tuve la oportunidad de escucharlo argumentar frente a posiciones ateas acerca de “el misterio”. Su argumento era que no se podía negar la existencia de un espíritu creador del universo; del orden cósmico, desde lo macro hasta lo micro. En nuestra pequeñez poco sabemos de la creación y del creador. No conocemos su rostro, le llamamos Dios por llamarlo de alguna manera. Lo mejor que podemos hacer es intentar mantener un contacto permanente, desde lo más profundo de nuestro ser, con ese misterio.

Hizo suyo aquél pensamiento de Albert Einstein: “Lo más hermoso de la vida es lo insondable, lo que está lleno de misterio. Es éste el sentimiento que se halla junto a la cuna del arte verdadero y de la auténtica ciencia. Quien no lo experimenta, el que no está en condiciones de admirar o de asombrarse, esta muerto…

El conocimiento de que existe algo impenetrable para nosotros, de que hay manifestaciones de la razón, de la conciencia más honda y de la belleza más deslumbrante, accesibles a nuestra conciencia solo en sus formas más primitivas, todo este saber, conocer y sentir da origen a la verdadera religiosidad; en este sentido, pertenezco a los hombres profundamente religiosos.”

Incursión en la política.
La relación de amistad que había cultivado durante sus años de estudiante en Morelia con Don Miguel Estrada Iturbide, le abrió las puertas para acercarse en la ciudad de México al fundador y presidente del partido Acción Nacional, Don Manuel Gómez Morín. Su primer empleo como profesional del derecho fue en el despacho del propio Don Manuel. Durante este tiempo colaboró con artículos para “La Nación”, órgano oficial del partido, entonces el único de oposición. Se hizo miembro del partido participando activamente como orador proselitista en distintas tribunas y mítines. En 1945, conoció en una asamblea nacional a algunos de los miembros fundadores del partido en Nuevo León, quienes al escucharlo como orador invitado, reconocieron sus luces. Don Bernardo Elosúa Farías y el Dr. José G. Martínez le rogaron a Don Manuel Gómez Morín que intercediera ante Alfonso para que aceptase una invitación para incorporarse como maestro de humanidades en el recién creado Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey.

La primera reacción de Alfonso al recibir la invitación fue de rechazo. Le aterraba vivir en una ciudad que crecía a gran velocidad y que no tenía mayor interés por el desarrollo de las humanidades y el arte. Monterrey, como ciudad, se preocupaba principalmente por hacer crecer su industria mediante el cultivo de los valores del esfuerzo y la tenacidad. En Monterrey no se hablaba de artes visuales y eran solo unos cuantos quienes algo sabían de filosofía o historia. Comparado con la ciudad de México o con Morelia, Monterrey presentaba un campo desolador en cuanto a su desarrollo cultural. ¿Con quiénes hablaría de sus temas de interés? ¿Cuánto tiempo tardaría en integrarse y hacer nuevos amigos? ¿Cómo hacer para que su mundo siguiera enriqueciéndose y no sentirse solo? ¿Cómo llenar tanto vacío? ¿Qué hacer para sobrevivir en una ciudad sin las cosas que él amaba desde niño: la poesía, la conversación sobre temas literarios o filosóficos, la música clásica, los palacios novo hispanos de cantera, la bella arquitectura clásica, las casas cuajadas de obras de arte, muebles antiguos y objetos de familia de varias generaciones?

En Monterrey las personas no vivían rodeadas de obras de arte ni de objetos antiguos. Se rendía culto a la sencillez, tal vez por el carácter de su gente, o porque no se conocía la otra forma de vivir. Aún las personas con grandes recursos económicos vivían con gran decoro pero de manera por demás austera. Monterrey era una ciudad que nació propiamente hacia finales del siglo XIX gracias al desarrollo industrial y cuya historia anterior era la de un pueblo muy remoto de la capital, un pueblo tierra adentro, alejado físicamente de las grandes ciudades, mal comunicado y como si esto fuera poco, ubicado en una región semidesértica en donde no abundaba el agua y con un clima bastante extremoso con temperaturas muy cálidas los meses de verano y muy frías los de invierno. Con todo esto no es de extrañarse que en las décadas de los cuarentas y cincuentas del siglo XX el interés de sus habitantes estuviese muy alejado del desarrollo de la cultura, las humanidades y el arte.

Alfonso Rubio en Monterrey.
Aceptó la invitación más por compromiso que por convicción, y llegó a Monterrey con la mira puesta en marcharse tan pronto terminara su contrato con la institución para impartir cursos de humanidades por un semestre. Aunque al llegar a la ciudad no encontró un ambiente ni remotamente parecido a lo que había tenido en Morelia durante sus años de formación o en la ciudad de México durante sus años de estudiante universitario, sí encontró un ambiente cálido de buenas personas que lo acogieron desde un principio con gran afecto y con las esperanzas puestas en él como agente de cambio social. El Dr. José G. Martínez, a la sazón, presidente del partido Acción Nacional en Nuevo León y su fina esposa doña Esperanza Sada de Martínez, le abrieron las puertas de su casa como a un hijo. Lo presentaron ante distinguidas familias de la sociedad regiomontana y rápidamente conoció, entre otras lindas chicas, a la mujer que sería su compañera y esposa, la señorita Esperanza Elosúa Muguerza, con quien contrajo matrimonio en julio de 1947.

Casado con una hermosa, dulce y fina mujer perteneciente a una de las más importantes familias de la sociedad regiomontana, su vida se fue integrando cada día más a la ciudad. Años más tarde, habiéndose probado en el mundo de la enseñanza, dejó la militancia partidista para consagrarse en cuerpo y alma a la educación superior. Ejerció su vocación docente permaneciendo como maestro del Instituto Tecnológico por más de cuarenta años consecutivos, dentro del cual llegó a ocupar cargos de director y vicerrector.

Con Esperanza Elosúa procrearon ocho hijos, tres mujeres y cinco varones: Esperanza Beatriz, José Alfonso, Fernando Luís, Ana Catalina, Eduardo, Alberto, Juan Miguel y Angélica.

Gracias a la comprensión, el amor y cuidados de Doña Esperanza, esa gran mujer con quien compartió su vida, Don Alfonso obtuvo las facilidades para destinar la mayor parte de su tiempo al estudio. Ella siempre le dio su apoyo y lo hizo fuerte ocupándose de plataformarle las condiciones materiales necesarias para su pleno desarrollo intelectual. Igualmente, con su extraordinaria paciencia amorosa lo cubrió con un manto de comprensión respecto a la difícil y muchas veces incomprendida tarea de evangelizador de la cultura. Doña Esperanza era quien estaba al pendiente siempre de la parte material y práctica de la vida: de la casa, los niños, las escuelas, la comida, la ropa, el jardín, etc.

A pesar de que los mimos y cuidados que le prodigaba su creciente familia le llenaban profusamente sus necesidades afectivas, Alfonso Rubio nunca dejó de resentir la necesidad del ambiente intelectual de su natal Morelia y de la ciudad de México. Durante sus años de vida académica hizo grandes esfuerzos por invitar a integrarse como maestros del plantel a viejos amigos de Morelia (como fue el caso de Porfirio Martínez Peñalosa y Jorge Eugenio Ortiz Gallegos), al igual que por establecer vínculos con intelectuales de distintas partes del mundo a quienes hacía venir a la ciudad en calidad de maestros o conferencistas invitados y con quienes mantuvo una viva comunicación epistolar. De la misma manera, se integró a un grupo de personas, casi todas extranjeras o fuereñas, interesadas en la promoción de las bellas artes y de las actividades culturales. La mayoría de estas personas asistían como alumnos al taller de escultura que impartía Adolfo Laubner dentro del propio Instituto. Entusiasmados por la idea de promover una nueva asociación civil dedicada exclusivamente a la promoción cultural y a la enseñanza de las bellas artes, crearon juntos Arte, A. C., institución que sobrevive después de cincuenta años.

Educador
El trabajar dentro de una institución de enseñanza media y superior como lo era el Instituto Tecnológico de Monterrey le hizo cobrar conciencia de los grandes problemas del país en materia de educación. La pirámide de población mostraba que la mitad de los mexicanos eran menores de quince años y México tenía uno de los más altos índices de crecimiento demográfico. Muchos de los estudiantes desertaban durante la primaria y la secundaria y eran muy pocos los que llegaban a la preparatoria. Tratando de encontrar una solución a los problemas nacionales de educación, Don Alfonso buscó la manera de hacer llegar la educación media a la mayor cantidad posible de estudiantes al menor costo posible. Inspirado en el sistema de Universidad Abierta de Inglaterra, propuso un sistema semejante para México: La Preparatoria Abierta. Este sistema implicó la elaboración de los libros para todas las materias de manera que los alumnos pudiesen estudiar en ellos sin asistir a las aulas. El sistema contemplaba tutores para cada materia una vez por semana para despejar sus dudas y la elaboración de programas de televisión para muchas de las materias con el fin de que los estudiantes pudieran desde sus casas tener refuerzos en cada tema.

La Preparatoria Abierta se hizo realidad y se instaló con éxito en muchas ciudades del país. El día de hoy es un programa que tomó por su cuenta la Secretaría de Educación Pública y que da servicio a una gran cantidad de alumnos en toda la República Mexicana. Quien vio la necesidad de un sistema educativo de estos alcances, diseño su estructura, orquestó a todos los autores de los libros y de los programas de televisión e implementó su funcionamiento en México fue Alfonso Rubio. El proceso en su conjunto (todo lo que implicó el desarrollo de este sistema educativo) consumió varios años de su trabajo y esfuerzo, quizás sus años de mayor plenitud y madurez. Alfonso Rubio utilizó su aparentemente pequeña tribuna para lanzar desde allí, una de las más inteligentes soluciones al gravísimo problema de la educación media y superior del México de los años setentas y ochentas, y de esta manera hacer el bien y servir a la mayor cantidad de gente posible.

Coleccionista de libros y objetos.
Los vacíos que sintió en Monterrey respecto a los ambientes físicos de dónde venía los fue llenando con la compra, a veces compulsiva, de libros y de objetos de arte. Así formó una biblioteca de más de doce mil volúmenes, sin desperdicios, con especialidad en arte, historia, literatura y filosofía. Le gustaba igualmente comprar libros que le permitieran conocer mejor los objetos que iba adquiriendo: mobiliario, porcelanas, relojes, pinturas, piezas de arqueología, orfebrería, piezas de cristal, textiles, esculturas novo hispanas y antigüedades en general. Con los años, su casa se fue convirtiendo en un museo-biblioteca o una biblioteca-museo. Cada tema de estudio o de interés lo llevaba a adquirir libros para reforzar sus conocimientos. Así se fue enriqueciendo su biblioteca, y así, echando un vistazo a los lomos de sus libros podemos ir recorriendo la vida de Alfonso Rubio y todos los intereses que lo motivaron a leer.

Encontramos muchos libros de arte, tantos que podríamos hacer un repaso por toda la historia del arte en cada época y en cada rincón del planeta. Además, había en él un especial gusto por comprar bellas ediciones de lujo en las que podía recrear su pupila con mejor calidad de impresión y colores más fieles a los originales de las obras. De estos libros, Don Alfonso fotografiaba las imágenes para proyectarlas durante sus conferencias mientras hablaba de ellas. Hizo así, una fototeca de obras de arte con más de tres mil transparencias. Gustaba de las finas ediciones no solo por su contenido. Admiraba los libros como objetos preciosos: su antigüedad, su encuadernación, el material, diseño, realce y aplicaciones de sus pastas, sus lomos, sus marcas de fuego o de agua o ex libris de dueños anteriores, sus guardas, su papel, su tipografía, sus diseños y hasta sus aromas.

Dentro de su biblioteca encontramos igualmente muchos libros de literatura, especialmente de poesía, todas las grandes obras literarias desde la antigüedad hasta nuestros días, libros de teoría literaria, de historia de la literatura, antologías, diccionarios y otras. En este rubro igualmente buscaba incorporar a su biblioteca, cuando éstas estaban a su alcance, bellas ediciones muy cuidadas de las más finas casas editoriales. Así encontramos muchas obras publicadas por Aguilar en Madrid con sus pastas en piel con aplicaciones de oro, otras muchas de los Hermanos Garnier de Paris, de la imprenta de Ignacio Escalante en México o de los editores José Janés, Vergara o Javier Garriga de Barcelona por citar solo unos cuantos. Una obra maestra de la literatura universal no sabe igual leída en una edición de bolsillo que en una edición de lujo con bellas pastas, letra más grande, bellas ilustraciones, impreso en un buen papel. Respecto de los libros podemos decir lo mismo que de la gastronomía: todo cuenta en la experiencia humana, el ambiente dentro del que uno lee, la comodidad de la silla, la buena luz, el atril en caso de libros pesados, la música de fondo, y, desde luego, la calidad de los elementos que constituyen el libro mismo. Un buen número de libros están dedicados para él por sus autores. Encontramos autores originarios y radicados en lugares y ciudades remotas, lo que nos refuerza el comentario de que Don Alfonso siempre buscó acercarse y trabar amistad con poetas e intelectuales de diversas partes del mundo.

Otros rubros importantes en su biblioteca son la historia universal, la filosofía, la historia de México, las monografías de artistas, las de edificios y monumentos y las colecciones de los museos de todo el mundo. Capítulo aparte debe ser considerada su pasión por los libros antiguos que nos conecta con su aspecto de coleccionista.

Cada sábado, era un paseo obligado, recorrer cuanta tienda de antigüedades hubiera en la ciudad para enterarse de todas las piezas que recién habían llegado y revisar lo que no se había ido durante la semana. En Monterrey entre los años de 1945 y 1975 no hubo más que tres coleccionistas que conocían realmente y tenían sensibilidad, gusto y deseos de adquirir obras de arte y antigüedades. Eran Lidia Sada de González, Santiago Coindreau y Alfonso Rubio. Los tres hacían la visita los días sábado pues entre semana los anticuarios salían de la ciudad en busca de tesoros y el sábado estaban seguros de encontrarse con él y, en caso de que fuese necesario, de discutir con él el precio y las condiciones de pago por algún objeto. Entre ellos era que se peleaban por las cosas, sobretodo las importantes, fuera por su antigüedad, su valor histórico o estético. Por ello entre más temprano pasaran visita el sábado sus probabilidades de ganarle la pieza a su competidor eran mayores. De entre los tres, Don Alfonso era quien mayor conocimiento y menores recursos económicos tenía.

Muchas veces, a pesar de saber que tenía frente a sí una obra de gran valor, tenía que renunciar a ella dado que su familia era numerosa y había que mantenerla., Su sueldo de maestro universitario era apenas suficiente para satisfacer todas las necesidades. No obstante que su disponibilidad de recursos era muy limitada, cuando encontraba una pieza interesante al alcance de sus posibilidades, no la dejaba escapar, así tuviera que ir a solicitar un préstamo al banco. Fue en base a mucho esfuerzo, inteligencia y habilidad comercial que se hizo de grandes y muy variadas colecciones. Incluso años más tarde cuando yo comencé a comprar chácharas y dudaba si comprometerme o no a pagar tan alto precio por algo, él siempre me decía: “Tu cierra los ojos y atórale.”

Otra de las frases que me repetía con frecuencia es: “Nunca te cases ni con las cosas ni con las ideas.” Esto era su práctica. Cuando necesitaba liquidez para tal o cual cosa, ofrecía en venta alguna de sus obras de arte o antigüedades, por muy importante que fuera, y salía de su apuro. Por lo general, antes de la navidad, vendía algún objeto de valor y utilizaba ese dinero para obsequiar a su familia y para viajar a Morelia.

Así, fue alimentando su mundo exterior con objetos bellos, y su alma con lecturas profundas, con música clásica que era otra de sus pasiones y con la amistad de personas con quienes compartía gustos e intereses. Su mundo siempre fue rico. Su mundo exterior era un fiel reflejo de su mundo interior. En su casa cualquier objeto que uno pudiera encontrar, desde las pinturas hasta el más humilde cenicero eran piezas de calidad, no necesariamente caros u ostentosos. Don Alfonso gustaba de comprar artesanía al viajar por los pueblos, sin embargo cualquier cosa que comprara debía de observar el mismo principio, belleza, exquisitez y honestidad, así se tratara de un pañuelo, una pieza de cobre o una cerámica.

Así se fue haciendo su mundo en Monterrey: libros y más libros, cosas y más cosas. Quiero insistir respecto al motor de Don Alfonso para comprar los libros y los objetos que lo rodeaban pues me parece que allí está su esencia. Los libros fueron, para él, el acceso al conocimiento, la manera que encontró para restablecer el diálogo perdido, aquel que mantuvo con sus amigos en las tertulias literarias de Morelia y que en Monterrey no existía. Los libros eran sus grandes amigos, sus interlocutores, el manantial donde abrevaba la luz, el lugar de reunión con los grandes pensadores, el gozo de encontrar ideas luminosas que le abrieran nuevos caminos al entendimiento. Los libros saciaban su sed y le daban sentido a su microcosmos. De alguna manera los libros eran los agentes que en conjunto conformaban una parte importantísima de su universo. Don Alfonso sustituyó con ellos aquél mundo externo en donde había muy pocos interlocutores, en donde no se hablaba de arte ni de cultura, en donde la sociedad se regía por otros valores, aquél páramo que de pensarlo daba sed. Don Alfonso construyó su universo personal, su burbuja que lo aislaba de todo aquello que le incomodaba de Monterrey, un mundo protegido, vacunado contra cualquier posible contagio. Lo mismo ocurría con los objetos. Estos cumplían la función de reconstrucción del mundo perdido, lo que había en su casa no se parecía en nada a lo que había en las otras casas. Don Alfonso se hizo rodear de objetos que enriquecían su mundo sensorial, eran, al igual que los libros, ventanas al conocimiento que lo conectaban, a manera de cordón umbilical, con un mundo rico, refinado, elegante, alejado de la frivolidad y la vulgaridad. Cada objeto que llevaba a su casa, además de un hallazgo o un trofeo de cacería, le daba la oportunidad de pasarse un tiempo intentando regresarle su esplendor. Si estaba sucio lo limpiaba con todo cuidado, si estaba roto lo pegaba, si le faltaba un pedazo lo restauraba. Muchas veces lo vi emocionado aligerando la capa de barniz de una pintura, retocando el estofado de una escultura, limpiando alguna porcelana o alguna piedra preciosa o semipreciosa e incluso tallando un niño Dios o la cabeza de un santo para incorporársela y completar una pieza. Le fascinaba utilizar sus manos en estos menesteres. Compraba todo tipo de gomas lacas, pegamentos, polvos, pinturas, pinceles, bisturís, gubias, ácidos y demás menjurjes propios de un alquimista, mismos que utilizaba para restituirle el brillo a sus hallazgos. Aprendió a restaurar leyendo y haciendo, incluso echando a perder. Todas estas horas que pasaba manoseando los objetos, eran horas de gran deleite para él. Se emocionaba tanto al encontrar algún objeto raro, interesante o exquisito que le daba tema de conversación con sus allegados haciéndoles notar tal o cual característica especial, conectándolo con otras cosas que lo hacían penetrar a mundos fascinantes o a períodos de la historia que conocía muy bien. Podía tratarse de una porcelana de indias, un retablo, una pieza de cristal, una pieza arqueológica, un cristo de marfil, una silla, un arcón, un bargueño, una pieza de plata, un estofado, un tapete u otra. Acariciar el objeto era acariciar la historia y la cultura, era conectarse a ese mundo que había dejado atrás y que tanta falta le hacía, era saciar su sed y al mismo tiempo incorporarla a su universo personal que se construía día con día y que era fiel reflejo de su personalidad. Quiero subrayar que nunca compró un objeto como mera decoración. Cada objeto que compraba era material de estudio e investigación, representaba una parte de la historia. Al llegar a su casa con los objetos era un rito buscarle su lugar dentro de ese microcosmos cada vez más abigarrado. Era un gusto verlo trepado en una escalera clavando un clavo en el muro para colgar la nueva pintura. Esta era una imagen frecuente principalmente los fines de semana. En ocasiones tocaba reubicar cinco o seis pinturas para incorporar la recién adquirida. Encontraba mucho placer haciendo una reubicación de los muebles y objetos que le rodeaban. Cambiaba de lugar su escritorio, los sillones, las lámparas, las mesas auxiliares, los tapetes, y se complacía exhibiendo en mesas sus colecciones de pisapapeles; de cajitas de metal esmaltadas, de piezas de orfebrería virreinal, de marfiles filipinos o europeos, de cruces de pedrería, de pequeños estofados guatemaltecos, o exhibía algunas piezas prehispánicas realizadas en piedras finas incorporando en cada mesa como fondo alguno de sus finos textiles de seda con aplicaciones de hilo de oro y plata. En ocasiones adquiría una nueva vitrina y eso era motivo para estructurar la exhibición de otra de sus colecciones que tenía desperdigada por toda la casa o guardada dentro de algún mueble. Dentro de todos los muebles guardaba cosas: cajitas, cristales, monedas, herramientas, cuentas prehispánicas para collares hechas en jade, en concha o en metales, botellas de vino y de licores diversos, ceniceros, copas y copitas, saleros, pinchos, aplicaciones de plata o de bronce y herrajes antiguos para los muebles y muchas curiosidades más.

Era común igualmente ver llegar a su casa a sus amigos los anticuarios, incluso a algunos supuestos saqueadores de tumbas precolombinas. En estas reuniones por lo general amarraba sus trueques. Cambiaba dos bargueños por una pintura o viceversa; una colección de retablos populares por un tapete persa; cinco relojes y algunas joyas por una sala Luís XVI, e incluso yo estaba con él, el día que cambió dos automóviles Mercedes Bens por un lote de piezas arqueológicas de la cultura Maya. Tal era su pasión y su escala de los valores. Los automóviles se podían encontrar y comprar en cualquier parte, las joyas de la cultura Maya eran únicas e irremplazables. La sensación de acariciar un dintel tallado con la escena de un príncipe Maya frente al Dios Joven del maíz del año 740, o una cabeza de dignatario tallada en jade blanco, o unas cuentas del más fino jade imperial, o unas vasijas policromadas con escenas de los trece dioses del inframundo nunca podría compararse con un vulgar automóvil. La experiencia estética de entrar en contacto con los tesoros de una gran civilización perdida y de poder incorporar estos tesoros al universo del entorno personal y doméstico para un hombre tan profundo como Don Alfonso era como agregar un pedazo del reino de la gloria a su vida cotidiana. Desde luego estas acciones eran incomprendidas para el común de los regiomontanos y las juzgaban como un acto de irresponsabilidad que rayaba casi en la locura. Contar anécdotas de sus hallazgos sería tema para todo un libro, sin embargo me atreveré a narrar solo una que nos pinta de manera diáfana aspectos de su espíritu.

Uno de esos tantos sábados por la mañana, estando en tienda de un anticuario, llegaron dos personas humildes a ofrecerle a Don Felipe una caja con algunas piezas arqueológicas provenientes de la zona del Tajín en Veracruz. Sin ver el contenido de la caja, el anticuario dijo que a él no le interesaba adquirirlas pero que quizás a Don Alfonso sí. Don Alfonso echó un vistazo superficial al contenido y preguntó cuánto querían por ella. Acordado un precio muy bajo, lo pagó y pidió que la pusieran dentro de su automóvil. Al regresar a su casa, vio que al fondo de la caja entre las piezas había una piedra muy sucia llena de barro ya seco. Intentó limpiarla con un cepillo de dientes viejo y agua y se dio por vencido pues no avanzaba después de hacer un cierto esfuerzo. Decidió mejor poner la piedra en ácido dentro de un vaso de vidrio y dejar que el ácido hiciera su trabajo por algunas horas. La dejó un par de días y cual fue su sorpresa al encontrarse con una piedra finísima color esmeralda que incluso estaba tallada y horadada de lado a lado por su parte más ancha. No se parecía a nada de lo antes visto. El color muy intenso hacía suponer que de ser esmeralda sería de las más finas. Acortando la historia diré que después de practicarle múltiples análisis físico-químicos de laboratorio resultó ser una esmeralda colombiana de catorce quilates. Luego se enteró por los mismos que le habían vendido la caja con las piezas que esta piedra la habían encontrado dentro de la cavidad bucal de un personaje en un entierro en la zona Huasteca. La mandó a engarzar en una cadena de oro y la trajo colgada en su pecho durante muchos años por dentro de la ropa. La piedra no pudo llegar a México más que traída por alguien y quizás pueda servir como elemento de estudio de las transacciones comerciales que había entre los pueblos mesoamericanos muchos años antes de la llegada de los españoles a América. Esta esmeralda fue para Don Alfonso un punto de comunión con las élites de los pueblos mesoamericanos. Fue como una herencia recibida por razones y caminos incomprensibles que le llegó de repente y pudo vivir con ella gran parte de su vida.

Estudioso.
Uno de los grandes temas que más le apasionó en su vida fue la historia de la cultura. Revisó con lujo de detalle la historia del desarrollo de la Magna Grecia, leyó a todos los autores clásicos y estudió las obras de cada uno de sus filósofos. Estudió igualmente la historia de Roma, la Edad Media, el Renacimiento y la historia moderna de Occidente. Se fascinaba estudiando al detalle el Renacimiento Italiano. Conocía con profundidad la obra de Petrarca y de Dante; conocía la historia de cada una de las Cortes: sus artistas, poetas y mentores. Conocía los mínimos detalles de la arquitectura, la escultura, la pintura, la cerámica, la poesía y el pensamiento de los filósofos. Sin temor a equivocarme puedo afirmar que el Renacimiento Italiano fue uno de los temas por el que sintió mayor atracción y al que Don Alfonso dedicó más horas de estudio e investigación. Sin embargo, su curiosidad por aprender no saciaba. Puedo afirmar igualmente que sintió pasión por la historia de las culturas precolombinas, por la del México virreinal, por los avances tecnológicos y el desarrollo de teorías matemáticas o físicas que aportaran luz para el entendimiento de nuestra realidad. La necesidad de leer ciertos textos que no estaban traducidos al idioma castellano lo hizo estudiar disciplinadamente el inglés, el francés, el alemán, el italiano y complementar sus conocimientos del latín y del griego.

El recuerdo más antiguo que guardo de él es la imagen de un hombre leyendo concentrado detrás de su escritorio con varios libros abiertos al mismo tiempo, rodeado por libros, pinturas y objetos religiosos antiguos. Esta misma imagen la vi innumerables veces a través de muchos años. El motor que lo impulsaba a estudiar era la preparación de los cursos que impartía en el Departamento de Humanidades del Tecnológico aunque, también aceptaba muchos compromisos con diversas instituciones para dictar conferencias e igualmente impartía cursos a grupos de particulares una o dos veces por semana. Este esfuerzo intelectual fue nutriendo y enriqueciendo su mundo interior. No conozco a otra persona que haya mantenido semejante ritmo de estudio. Es muy probable que existan muchos lectores de tiempo completo, quizás yo mismo pueda incluirme en la lista, pero es muy diferente el leer por el placer de saber más, a leer estudiando para impartir una cátedra o dictar una conferencia. Don Alfonso impartía cursos de filosofía, ética, lógica formal, literatura mexicana, literatura española, historia de la Cultura, arte precolombino, arte mexicano virreinal, historia de la pintura, arte moderno internacional. Recuerdo haberle escuchado algunas conferencias sobre la vida y obra de artistas como Marc Chagall, Auguste Rodin, Rembrandt, Nicolás Poussin, Fra Angélico, Giotto, Remedios Varo, Picasso, Juan Gris, Georges Rouault entre otros.

Educador y agente de cambio más que escritor.
Muchos de sus amigos deseábamos y buscamos diferentes vías para que escribiera y publicara más. Era tal su conocimiento que sentíamos que sus libros podrían ser muy valiosos. Su posición nunca estuvo cerrada al respecto, pero, nos hacía saber que para él era infinitamente más importante el ejemplo vivo y la conversación. En alguna ocasión justificó su escasa producción literaria tomando el ejemplo de Cristo, de Buda y de Sócrates, tres personajes que trastocaron el mundo sin haber escrito una sola palabra. De esta manera entendía su vocación: la cátedra frente a frente con los estudiantes debe ser el campo fértil para plantar la semilla y contagiar el interés por profundizar en cualquier área del conocimiento. El maestro trasciende en sus alumnos al contagiarles su entusiasmo. Los conocimientos están al alcance de cualquiera, lo que el maestro debe hacer es lograr que se apasionen y que solos vayan a investigar aquello que mueva su curiosidad. Al mismo tiempo el maestro es un modelo a seguir, se constituye en un paradigma. La admiración que uno pueda tener por su maestro lo hará tomarlo como modelo e intentar seguir sus pasos.

Esta era su manera de entender su papel de educador, quizás resulte imposible medir o aquilatar lo que quedó de Don Alfonso en cada uno de los alumnos que tuvo a lo largo de tantas generaciones de enseñanza. He recogido múltiples comentarios, todos ellos elogiosos, de muchas personas, ahora mayores, que fueron alumnos de él en el Tecnológico. Muchos recuerdan la profundidad de sus clases, otros recuerdan lo elegante que vestía, otros sus finas posturas al hablar, sus gestos, y muchos de sus ex alumnos asocian sus viajes a Europa y las visitas a los grandes museos a las clases que recibieron de Don Alfonso. Es casi unánime el comentario: “Yo desarrollé el gusto por el arte en las clases que tomé con Don Alfonso.” El día de su sepelio llegaron a despedirse de él y a saludar a su familia muchísimas personas que le tenían gran afecto a pesar de no haberlo visto en años, personas que pasaron por las aulas del Tecnológico y que asistieron a los cursos que ahí impartía.

Hubo en Monterrey dos grupos de personas a las que les impartió clases particulares. El curso de los miércoles era exclusivamente para señoras que le guardaron fidelidad por más de treinta años. Casi todas las que asistían eran esposas de prominentes hombres de empresa. A diferencia de sus esposos ellas fueron desarrollando un gusto por la cultura y el arte. Esto posiblemente no se reflejaba en el diario vivir, pero al paso del tiempo, en Monterrey fueron naciendo importantes centros para la difusión cultural todos ellos encabezados por algunas de estas damas.

El segundo grupo, constituido por hombres de empresa con sus parejas, recibían la clase los viernes por la tarde en la hermosa residencia de uno de ellos. Los temas de los cursos variaban cada semestre y por lo general abordaban algún capítulo de la historia del arte europeo o del arte mexicano desde las culturas precolombinas hasta el arte del México actual. De la misma manera que se sintió un cambio favorable a partir del grupo de los miércoles en la vida cultural de Monterrey, así también se dio un súbito interés por el coleccionismo de obras de arte y el impulso a proyectos culturales de gran envergadura. Aunque en general han sido y siguen siendo las mujeres las que están al frente de los museos y centros para la difusión cultural, son las mismas empresas de sus esposos las que dan el apoyo financiero y garantizan de esta manera su subsistencia.

Sería osado de mi parte afirmar que este desarrollo cultural de Monterrey no se hubiese dado si no hubiesen existido esas clases, pero no es descabellado afirmar que fueron un importante catalizador en medio de ese proceso.

Para Don Alfonso era evidente que para lograr cambios importantes en la ciudad había que entusiasmar a las élites y por esa razón aceptaba impartir esas clases. Por ello si podemos afirmar que existe un Monterrey antes de Alfonso Rubio y uno después de él.

Alfonso Rubio Poeta.
Quizás sea yo el menos calificado para hablar de un tema tan trascendente. Diré que más allá de la capacidad de escritura, lo que hace a un poeta es su mirada. El poeta capta en lo que ve las imágenes, formas y colores que el común de los mortales no podemos ver sino a través de los versos por él escritos.

La poesía de Don Alfonso refleja claramente su personalidad particular asociada al momento en que escribe. Su poesía de juventud es claramente distinta a su poesía de hombre maduro. Al igual que con sus fotografías, al leer sus versos percibimos, gracias a su gran arte al utilizar las palabras precisas, esas imágenes que solo se pueden ver después de leer sus poemas.

“Lo que digo es amor. De amor se fía
Cada palabra que a tu ser ordeno;
Por amor la libero o encadeno
Y en amor te la entrego, tuya y mía.”

“En el amor se vuelve transparente
La verdad interior, aunque se quiera
Tapiar la casa y ocultar la fuente,
Porque el amor es una primavera
Que desborda las tapias y florece
Hacia adentro lo mismo que hacia fuera.”

De sus primeros poemas de juventud en los que destaca el tema amoroso tratado de manera pasional,

(“Sacia mi sed, el hondo anhelo.
El unánime afán de poseerte.
Apaga el duro grito de mi sangre,
Y condúceme fiel a tu regazo,
Claro destino cierto a mi existencia.”)

pasa a una poesía más serena, aunque también cargada de imágenes amorosas, en donde aparece el tema del paisaje como en “Esbozo de la Sierra”

“Un beso, un roce apenas de la aurora
Enciende tu hermosura,
Estremece tu seno
E inaugura tu risa,
Pajarera de oro
Que desata sus trinos”

Pasaron muchos años de silencio en su pluma y cuando regresa, a una edad madura, su poesía se vuelve translúcida como un vitral. Su interés se centra en la belleza de la imagen fugaz cual si fuesen asteroides luminosos surcando el cielo nocturno.

“Copa de oro la mañana
Y de cristalina turquesa la tarde,
La noche, ánfora de lapislázuli.”

“Locura tras locura,
Insensatez,
La primavera otra vez.”

“Sobre la flor
Diminuto
Torbellino
Tornasol.”

Este breve comentario sobre su poesía no tiene otra finalidad que la de destacar el don que tuvo Alfonso Rubio de poder jugar con la palabra y arrojarnos en sus versos chispazos de luz. Esto solo es posible cuando se conjuntan en una persona, por una parte una enorme cantidad de inteligentes lecturas que le den referencias de lo que han escrito los grandes poetas de todos los tiempos, y por otra parte, una fortaleza, diría casi muscular, que se adquiere después de muchos años de luchar día a día con la palabra y, por otra parte, un refinamiento espiritual que se produce cuando un alma ha sido alimentada con belleza, exquisitez y honestidad a lo largo de toda una vida. De ninguna otra forma se hubiese podido dar el mismo resultado. Un brevísimo poema de seis palabras como el del colibrí contiene toda la experiencia, el esfuerzo mental, y el afán de rescatar lo bello gracias a la mirada por la que se filtra el alma de un gran espíritu.

Alfonso Rubio fue invitado a participar como ponente en un congreso de poesía organizado como parte de los festejos organizados por la Universidad de Salamanca por su séptimo centenario de existencia. El congreso se realizó en Salamanca España durante el verano de 1953, en él participaron poetas de todo el mundo hispano- portugués. Presentó una ponencia sobre la presencia de Sor Juana Inés de la Cruz a través de la historia de México. Su afabilidad y su amor por el arte y la poesía aunados a sus brillantes intervenciones le valieron el reconocimiento de los poetas participantes al nombrarlo “El Mejor Congresista”. Por otra parte fue condecorado con la Orden de Alfonso X El Sabio por las autoridades españolas.

Conversador.
Alfonso Rubio fue un gran conversador. Disfrutaba pasar largas horas conversando dentro de su biblioteca o en algún rincón de su jardín. Rehuía de los compromisos sociales en donde hubiera mucha gente. Solía decir: “No soy árbol de soledad, ni árbol de multitudes, soy árbol de compañía.” Recibía con gran cordialidad la visita de sus familiares y amigos. Jamás hizo sentir a alguien que su visita era inoportuna, más bien, hacía sentir que su presencia era la más deseada. Cada persona que llegaba a verlo era siempre la persona que deseaba ver. Siempre cordial y caballeroso con las damas, les daba el paso, les abría la silla o la puerta del automóvil. Las personas lo buscaban siempre a él a sabiendas de que siempre lo encontrarían en su casa y de que los recibiría con cariño y alegría. Era extremadamente raro que él fuese a buscar a algún amigo a su casa. Cuando iba a casa de sus amigos era porque había sido invitado a algún convite especial. Era común los domingos ya entrada la tarde, ver llegar a una pareja de amigos con quienes conversaban antes, durante y un poco después de la cena. Llegaban puntuales a las seis de la tarde y partían puntuales a las diez. Era igualmente común ver llegar algún día de la semana, ya entrada la noche, a Don Arturo Salinas Martínez con su esposa Alicia Elosúa quienes los visitaban por unas horas con el único fin de reforzar los lazos amistosos disfrutando de una buena conversación. No puedo pasar por alto la presencia continua de uno de sus discípulos con quien desarrolló fuertes lazos de afecto. Me refiero a Federico V. de Lachica, hombre de ancho mundo y de fina visión histórica. Entre ambos las conversaciones fluían como manantiales y se eternizaban hasta muy altas horas de la madrugada, tanta fue su presencia que doña Esperanza lo llamaba el hijo adoptivo. De igual manera, en ocasiones llegaba alguno de sus sobrinos o sobrinas, sus nietos y nietas a quienes ofrecía siempre su afectuoso y atento oído. Don Alfonso siempre fue muy generoso con su tiempo.

También lo visitaban con frecuencia personas con el gusto de escribir. Por lo general le solicitaban que les revisara sus escritos y les diera sus consejos sobre cómo mejorar su estilo. A cada uno de ellos, por muy mediocre que fuera, lo hacía sentir alguien importante y valioso. Lo visitaban igualmente los promotores culturales, directores de museos y de otras instituciones con el propósito, unas veces de invitarlo a emprender alguna investigación para contribuir con algún capítulo de un libro o bien para solicitarle que dictase algún curso o ciclo de conferencias dentro de las instituciones que representaban. A todos los recibía de la misma manera cordial y los hacía pasar a su sala o su biblioteca.

Cuando recibía a sus amigos, le gustaba acompañar sus conversaciones de la mañana con tazas de café y música clásica; hacia mediodía le gustaba acompañarlas con algún jerez español o con el aperitivo francés Noally Prat; por las tardes con un vaso de oporto y más café. La taza de café era su amiga inseparable. Nunca le importó que su café se le enfriara, de cualquier manera se lo bebía. Sus conversaciones siempre eran a la altura de sus interlocutores. Con los hijos hablaba de fútbol, de negocios, de sus problemas y sus éxitos. Con cada una de sus hijas abordaba el tema adecuado a su personalidad y necesidades. A todos en su familia nos gustaba escucharlo hablar del tema que fuese y él siempre estaba dispuesto a dar explicaciones, aclarar dudas, y principalmente a dejar hablar a los demás.

La relación que como padre mantuvo con sus hijos fue de absoluta libertad y confianza. Dado que él era fuereño y que su mundo personal no se correspondía con los valores de la ciudad, lejos de tratar de involucrar a sus hijos hacia sus intereses Don Alfonso les dio plena libertad para que eligieran el camino que cada uno prefiriera. No quería que sus hijos fuesen inadaptados a su propio medio, aunque su ejemplo les evidenciaba la existencia de mundos diferentes a la vida y los valores regiomontanos. Así, cada uno fue definiéndose en su vocación profesional y eligiendo el estilo de vida en el que se sintiera a gusto. Al paso de los años ese respeto que les tuvo se ve reflejado en que a pesar de que cada uno eligió caminos diferentes para su desarrollo profesional todos han sido exitosos en lo que hacen y son personas de bien. Todos sus hijos y nietos se han esmerado por preservar la unión de la familia y, aunque algunos de ellos viven fuera de Monterrey, siguen procurando los encuentros frecuentes y manteniendo el diálogo vivo.

De la boca de don Alfonso jamás escuche salir una ofensa, o alguna vulgaridad. Su modo de hablar era mesurado acompañado de ademanes finos. Sus palabras siempre justas hacían alarde de un profundo conocimiento y dominio del idioma castellano. Los temas más recurrentes dentro de las conversaciones con sus amigos eran los que él amaba: el arte, la filosofía, la educación, la ciencia, la historia, los problemas de México, el significado de las palabras, sus raíces etimológicas, la poesía, la belleza, los viajes, la buena comida, los palacios, los museos, los artistas, las últimas tecnologías, entre otros.

Otro rasgo de su personalidad era su gran sentido del humor. Era común verlo reír con desenfado. Sus bromas eran siempre tan finas como su alma, su humor reflejaba su conocimiento y su muy aguda inteligencia. Nunca hacía bromas ofensivas o que fuesen a lastimar a alguien, eran más juegos intelectuales los que le provocaban la risa y no en pocas ocasiones la carcajada. Frecuentemente contaba chistes y estos eran igualmente juegos de palabras en donde una letra cambiaba todo el sentido y causaba la gracia. Le irritaban profundamente la estupidez y la vulgaridad. Era muy indulgente con la ignorancia cuando esta era honesta, en cambio se molestaba con los farsantes que siendo ignorantes se hacían pasar por conocedores y peor aún por intelectuales.

Viajero y de buen diente.
Gustaba de viajar principalmente a Europa y a ciudades en donde se concentrara la cultura, el arte y la historia. Gustaba de la buena gastronomía en la que además de la creatividad y exquisitez de su cocina, hubiese igualmente una exquisitez y honestidad en su ambiente: agradable mesa con mantel, vajilla y cubiertos de calidad, música ambiental agradable que sirviese de marco a la conversación y no que interfiriese con ella, buena compañía, buenos vinos, buen café y, en algún tiempo, buen tabaco. Gustaba de visitar lujosos sitios históricos que conservasen su belleza y su elegancia: uno de sus palacios favoritos fue Vaux-le Vicomte, a sesenta kilómetros al sureste de París. Disfrutaba a plenitud de Florencia y de toda la Toscana como niño dentro de una juguetería. Conocía al dedillo todas las obras de arte que albergaban sus museos, conocía la historia de dichas obras y era capaz de dictar una conferencia magistral sobre la vida y obra de la mayoría de los artistas que vivieron durante el Renacimiento en esta región. En varias ocasiones lo escuché comentar que la condición que él se auto imponía para animarse a viajar era poder hacerlo como príncipe; de otra manera prefería quedarse en casa. Le gustaba hospedarse en muy buenos hoteles, visitar con calma los sitios de interés, sentarse a comer en sitios de calidad, consentirse visitando a los anticuarios, adquiriendo pequeños souvenirs de su viaje, siempre objetos bellos, exquisitos y honestos. Jamás compraba replicas o copias de los objetos, prefería ver las fotografías de los originales reproducidos en libros de calidad.

Cuando viajaba dentro de la República Mexicana, era igualmente obligado hacer la visita a los anticuarios de cada ciudad que pisaba. Con su buen ojo siempre encontraba objetos maravillosos que él sabía que podría vender en caso de verse en la necesidad. En todos sus viajes compraba cualquier cantidad de muebles, esculturas, pinturas, relojes, marfiles o libros antiguos. Estos objetos además de proporcionarle la atmósfera que el necesitaba para saciar su sed de arte, y además de darle la oportunidad de aprender de ellos, representaban una buena inversión financiera. Él sabía que los objetos en sus manos valían muchos tantos más que en manos de los anticuarios de las ciudades del centro del país. Sabía además, que los objetos le servían como moneda de cambio con los anticuarios con los que realizaba trueques permanentemente.

Fotógrafo.
Otra de sus prácticas de viaje era la fotografía. Le gustaba viajar siempre con una muy buena cámara equipada con varios lentes. En cada viaje fotografiaba todo aquello que movía su sensibilidad hacia lo bello. Sus fotografías nunca fueron el típico recuerdo de “Yo estuve aquí”; eran muestras de su sensibilidad artística, siempre cuidando los encuadres y la luz. Fotografiaba por lo general edificios, rincones, detalles arquitectónicos, paisajes, pinturas, esculturas, parajes, pero igualmente se detenía en una flor, una maceta, un niño, una pareja o un barco. Muchas de sus fotografías pudieran imprimirse como tarjetas postales o ilustraciones de libros. Acostumbraba, ya de regreso en su casa, y con toda calma, intercalar sus fotografías en álbumes como recuerdo de su viaje.

Una de sus primas morelianas, Luz María Sánchez, recuerda que Don Alfonso era tan entusiasta de Morelia y de sus rincones que cada vez que iba de vacaciones volvía a fotografiar todo como si fuese la primera ver que lo veía. Cuando lo cuenta suena gracioso y hasta mueve a la risa. Sin embargo, él no fotografiaba pensando que era la primera vez que lo hacía. Su objetivo al tomar las fotografías no era volverlas a ver sino atrapar la belleza del momento. Entre sus múltiples fotografías encontramos varias fotos tomadas en años muy lejanos unos de otros, en las que se aprecia el mismo motivo tomado desde el mismo ángulo y con la misma luz, pero pertenecientes a dos momentos distintos de su emoción. Igualmente tomaba muchas fotografías de sus preciados objetos y de cada rincón de su casa. Era una manera de manifestar el orgullo que sentía por esas conquistas, como quien guarda celosamente las fotografías de todas sus ex novias.

Sus dibujos.
Alfonso Rubio nunca habló de sus dibujos, ni siquiera los más íntimos de él sabíamos de esta afición. Estos fueron apareciendo en cuadernos sueltos entre sus cosas. La idea de incluir estos dibujos en este espacio es la de mostrar que todo lo que hasta ahora se ha dicho de él se ve reflejado igualmente en éstos. Apreciamos que cada uno es bello, exquisito y honesto. Si consideramos que esto lo hacía solo para su deleite y no con afán de exhibirlos, notamos que todos son hechos a base de finas líneas. Ninguno de ellos está recargado de tinta, al contrario, son muy leves, muy airosos. El papel blanco resulta ser un gran espacio en donde las líneas viajan seguras de un punto a otro. Su discurso es simple y directo al igual que en sus poemas breves. No faltan ni sobran elementos. Su formato es íntimo y discreto como todo lo que el hacía. Sorprende la seguridad de su trazo para nunca haber recibido lecciones propiamente de dibujo.

Aunque conocía muy bien las manifestaciones del arte contemporáneo, se sentía más cómodo en las primeras décadas del siglo XX, no solo respecto a las manifestaciones de las artes plásticas. Como lo señalamos antes, se identificó con el pensamiento filosófico, con los escritores, con los nuevos aires que impregnaban al mundo. La era moderna fue una época de grandes puentes que facilitaron el surgimiento de un estilo internacional, por no llamarlo cosmopolita. Desde principios del siglo XX, París reunió a artistas e intelectuales de muchos países que convivieron principalmente en el barrio de Montparnasse que fue de donde surgió este estilo moderno que se desparramó rápidamente a todo el mundo occidental. Es muy posible que más de una vez intentara copiar a Mattisse, a Chagall, a Picasso o a Juan Gris, artistas de quienes admiraba el manejo de la línea y esa libertad conquistada tras las batallas contra el academismo. Don Alfonso nunca fue ajeno al espíritu de la modernidad, fue un impulsor de este espíritu, aunque gran parte de sus colecciones estuviesen integradas por piezas antiguas. La historia de la cultura era para él la plataforma del espíritu humano, la consideraba sus hondas raíces, pero siempre creyó firmemente que el hombre ha ido en constante ascenso y sus manifestaciones vivas son producto de lo que se vive en el presente aunado a todo lo que hay atrás.

El espíritu de Alfonso Rubio que palpamos a través de sus poemas, sus escritos en prosa, sus colecciones de arte, sus libros, sus dibujos, sus fotografías y lo que de él llevamos impregnado en el alma los que tuvimos la fortuna de tratarlo, nos hace ver a un ser que nació con una gran estrella y que logró florecer y dar muchos frutos a pesar de que no todo en su vida fue un lecho de rosas. Su espíritu siempre se mantuvo muy por encima de los problemas y de las incomodidades. Tuvo la habilidad de crear su rico universo personal, tanto hacia el exterior como hacia el interior de sí mismo, lo que le permitió abrevar de una gran fuente sin tener necesariamente que salir de su casa.

Entiéndase este texto como un intento por conservar entre nosotros y para las generaciones venideras los rasgos esenciales de su espíritu. Alfonso Rubio y Rubio falleció a los ochenta y un años de edad, en Monterrey, México el 27 de octubre del año 2000.

14 Rosaura Barahona

Dos ausencias que pesarán

La semana pasada nuestra ciudad, nuestro estado y nuestro país perdieron a dos hombres cuya ausencia se notará. En el ámbito de la política murió don Luis J. Prieto y en el de la academia y la cultura, Alfonso Rubio y Rubio.

A don Luis J. Prieto lo conocí por su papel como Alcalde y ex alcalde de San Nicolás, así como por sus convicciones y congruencia, mismas que lo identificaron como un luchador social aguerrido.

Sólo hablé dos o tres veces con él. Conozco a algunos de sus hijos, en particular a Margarita, con quien me tocó compartir años comunes en el Tec. Sin embargo, tengo un recuerdo imborrable de él y de su esposa Iris, quien le sobrevive llena de fe y rodeada de una familia numerosa y unida.

Cuando una Semana Santa murió en un absurdo accidente automovilístico uno de sus hijos, junto con su esposa y sus dos niños, quienes fuimos a abrazar a la familia nos encontramos con unos padres invadidos de un profundo dolor, pero con una fortaleza y una serenidad sorprendentes sólo explicables a través de la fe auténtica.

Días después, don Luis, entonces colaborador de un diario local, usó, excepcionalmente, su espacio para hablar de la tragedia sin mencionarla. Escribió un texto muy dramático que, sin embargo, no perdía de vista la celebración de saber a esos cuatro seres entrañables que estrenaban su muerte, al lado de su Creador. “No hay explicaciones, decía don Luis, y no debemos preguntar por qué pasó. No lo sabremos nunca, sólo debemos aceptarlo”.

Don Luis fue panista cuando no era moda sino audacia serlo; cuando el PRI era visto por millones de mexicanos como partido único y eterno. Fue activista político cuando la mayoría de los ciudadanos ni siquiera votaba porque de antemano, y sin lugar a dudas, se sabía quién ganaría; cuando sólo cuestionaban las elecciones quienes entonces eran vistos como tontos o idealistas.

Hoy sabemos que por seres como don Luis, en diversos partidos es verdad (e incluso fuera de ellos), la democracia ha avanzado en este país y las cosas han empezado a cambiar.

Pero el cambio no ha sido sólo en lo político; también se ha dado en lo cultural, en donde a menudo esto es más difícil porque los resultados no son tan evidentes, y si lo son, su evaluación no es sencilla. Más espacios y espectáculos no significan mayor calidad ni más o mejor público. Y mientras no haya un público crítico y constante, la cultura se seguirá viendo como algo accesorio, elitista y prescindible.

En ese ámbito cultural aparece subrayado el nombre de Alfonso Rubio y Rubio, uno de tantos regiomontanos adoptivos que dio a la ciudad, al estado y al país mucho más de lo que éstos le pidieron.

También don Alfonso vivió tiempos heroicos dentro de la cultura y la educación de esta regiomontana ciudad. Yo lo conocí en septiembre de 1958 cuando entré a estudiar Letras en el Tec, carrera que se abría por primera vez gracias al entusiasmo de un grupo de maestros que insistían en hacer honor al “y de estudios superiores” que completaba el nombre del “Instituto Tecnológico”.

El Tec entonces tenía escuelas, no departamentos; el Lic. Rubio dirigía la de Letras. Independientemente de mi deuda intelectual y espiritual con él, también le debo haber podido acabar mi carrera. Cuando en el 60 le avisé que debía darme de baja, me apoyó para conseguir la beca gracias a la cual pude graduarme. Siempre se lo he agradecido y así se lo dije en varias cartas, como le dije también todo lo que admiré y aprendí de él, y todo lo que me hubiera gustado seguir aprendiéndole.

No hace mucho, las cuatro (de 5) sobrevivientes de la primera generación graduada de Letras (la Chata Gossler, Aída O’Ward, Alicia Hernández y yo) visitamos uno de esos sitios en donde se sintetiza la historia de la humanidad en unos cuantos cuadros. Aída de inmediato recordó que nuestro primer curso con Rubio, aquél en el que nos habíamos conocido las cuatro, 40 años antes, nos había llevado por el mismo recorrido.

También recordamos cómo en nuestro décimo semestre, un día nos dimos cuenta de que estábamos tomando la última clase que nos daría como generación. El grupo terminó llorando sin que el maestro Rubio entendiera bien a bien los motivos del llanto, hasta que alguien se lo explicó para acabar con el desconcierto que le provocamos.

El amor de Rubio por la palabra, por la poesía, por el arte y por la filosofía es una de sus mejores herencias, junto con su espléndida poesía, poco conocida por desgracia. Su serenidad interior y su paciencia para acercarnos a un filósofo, al valor poético de un cuadro, de una égloga o de un texto en prosa, merecen mejor recompensa de la que han tenido.

Don Luis y don Alfonso lucharon desde trincheras muy diferentes pero con objetivos comunes: hacer de nosotros seres humanos y ciudadanos más responsables y plenos; hacer de este lugar, uno mejor para vivir. Por eso sus ausencias se notarán y nosotros los extrañaremos. Mucho.

15Jorge Eugenio Ortiz

Letras,..

“…La voz es una rosa que en su corola encierra todas las maravillas y se organiza al capricho de los ángeles del viento”.

Si el más escrupuloso teórico de la poesía pura ha de conceder una explicación temática siquiera para algún extraviado recoveco en el proceso de la creación poética, los anteriores versos podrían ser considerados como una autodefinición estética de la motivación particular que preconiza como poeta Alfonso Rubio y Rubio. Tarea de crítico “gambusino” –a la manera de Rafael Cuevas aconsejaba rastrear las “vetas”, los “ozonos trágicos”, los “aledaños” del universo poético. Acaso –para la crítica de explicación temática- el propio A. R. y R. así quiso enunciar su credo estético en el poema Para liberar el canto: “No hacen falta suspiros, ni lágrimas, ni noches, ni jardines, ni luceros. En realidad no hace falta nada sino la libre y graciosa gana de los ángeles”. Datos Hanse dado a la estampa, que recordemos, los siguientes poemas de A. R. y R.: Luna de Horas –Morelia, 1944-, y Voz de Silencio –colección Camelina, Monterrey, 1948-, en cuidadas plaquetas de limitadas ediciones uno y otro. Dados a conocer por la desaparecida revista literaria “Viñetas Michoacanas”, que dirigieran Porfirio Martínez Peñaloza, el propio A. R. y R., y Miguel Castro Ruiz; Dos Jardines –p.43 de “Viñetas” en “Haz de Provincias”, 1946; y Para cuando te vayas y Para liberar el canto, -insertos en el número 1, 3ª. Época de dicha revista, Morelia, enero de 1947. En la Revista “Trivium”, que él mismo dirige, A. R. y R. ha publicado Esbozo de la Sierra –noviembre de 1948, Monterrey-, y Canción para las adolescentes –abril de 1949. Definición No de efímera y desgobernada afición poética, se nos ofrece nacida la poesía de A. R. y R. El presupuesto de una definición estética –la de Para liberar el canto- sería suficiente para considerarla excluida de esa cuna postinera que los franceses han denominado “nouveau frisson”, y que consiste en un mero deleite de novedad y de gusto en boga, y que daña en su origen y destruye en sus posibilidades la producción poética de ese tipo de “bohemias” contra el que se lanzaba no hace mucho tiempo del crítico mexicano José Luis Martínez. Pasión poética de ajustada y elaborada realización de tono lírico, nace de vivencias personales, que alcanzan, cada una, un perfil exacto más allá del común sustrato de lo subjetivo. Los temas de esas vivencias y su expresión y estética no se “frangollan” –como decía Alfonso Reyes-, como esa versificación corriente emplastada con bizmas que tratan de resolver problemas métricos o suplantar la existencia de un auténtico estremecimiento poético. Cada experiencia es en sí misma el agua inmanente de un hálito definido e incanjeable en la integridad del poema. La cronología de la publicación que hemos mencionado no corresponde desde luego a la de su elaboración; esta sangría del tiempo interesaría en verdad poco; más acá de ese margen accidental una interpretación crítica se iniciaría, para señalar el más elemental trazo de la poesía de A. R. y R., con aquel Dos Jardines en el que la emoción primera, estructurada para dos estancias diversas de lo poético, llega hasta la transformación de una posterior edad; porque primero: “Antes de nuestro encuentro, en la era de las fábulas blancas y los cuentos cuando tú, seriamente, soñabas ser alumna de pájaros y hermana del viento…” “Y luego, el caminar ya sin orillas, hecho de sombras y soles el sendero hacia el norte seguro de tu imagen con la canción al hombro, o florecida en el bordón poeta del romero. Jardín de juventud, haz de recuerdos. venturosa nostalgia enternecida colgada de mis sueños”. Y la trayectoria que esa interpretación diseñara pondríanos como término actual el Canción para las adolescentes o aquella tercera estancia de Voz de Silencio: “Con estos ojos y esta voz que no morderán el polvo, porque más allá del barro se abre el círculo de la luz y el anillo del viento”. La más cumplida inmersión del poeta en su metáfora es el hecho de que su vivencia está encarnada en los signos de su expresión. Incidentalmente en Voz de Silencio se configura el plano de las metáforas de A. R. y R.: “Un lenguaje de flores, de alas y de espumas”. Así viértese plena esta auténtica convivialidad poética fraguada por el poeta entre su universo subjetivo y el decir concreto: “Tú serás siempre núbil adolescente de cristal y de música…” (Luna de Horas) “Tú vives con las luces del color de la hora”. (Esbozo de la Sierra). La justa altura Dentro de la breve apuntación de temas que es esta nota, es preciso decir además que un estudio de la realización poética de A. R. y R. debe cimentarse, aun limitada a trabajar sobre los pocos temas publicados –estamos comentando a un poeta de treinta años de quien es justo esperar una íntegra madurez-, en la investigación de estas dos funciones: la de su peculiar habilidad metafórica –hemos señalado su calidad sustancial-, y la de su ligazón sintáctica limpiamente –sin copismos- relacionada con la más alta realización poética contemporánea. Estudiaríase también destacando por su cuidado diseño la poesía de A. R. y R., el orden consabido de la versificación, que tantos tienen olvidado y hollado de modo particular en el verso libre. (Del riguroso trabajo métrico de A. R. y R. es claro exponente el poema Nocturno en Liras, destacado en los recientes Juegos Florales de Saltillo, de próxima publicación).